Resumen 

A medio camino entre West Egg y Nueva York se extiende una llanura desolada, un valle gris donde se descartan las cenizas de Nueva York. Sus habitantes trabajan paleando las cenizas. Sobre ellos, se ciernen dos enormes ojos azules con anteojos —el último vestigio de un anuncio publicitario de un oftalmólogo de antaño— que los observan desde lo alto de un enorme cartel. Estos ojos que nunca parpadean, los ojos del Dr. T. J. Eckleburg, vigilan todo lo que ocurre en el valle de cenizas. 

El tren de línea que une West Egg y Nueva York atraviesa el valle con varias paradas intermedias. Un día, mientras Nick y Tom se dirigen en tren a la ciudad, Tom lo obliga a que lo siga en una de dichas paradas. Tom lo lleva hasta el taller de George Wilson, justo a las afueras del valle de cenizas. Myrtle, la amante de Tom, es la esposa de Wilson, un hombre apagado, pero apuesto, teñido de gris por las cenizas. En contraste, Myrtle tiene una especie de vitalidad desesperada y a Nick le resulta sensual a pesar de su robusta figura. 

Tom se burla de Wilson y luego le ordena a Myrtle que lo siga hasta el tren. En Nueva York, Tom los lleva al apartamento de Morningside Heights, que tiene para sus aventuras. Allí celebran una fiesta improvisada con Catherine, la hermana de Myrtle, y una pareja llamada McKee. Catherine tiene cabello rojo brillante, lleva excesivo maquillaje y le cuenta a Nick que le han dicho que Jay Gatsby es el sobrino o primo de Kaiser Wilhelm, gobernante de Alemania durante la Primer Guerra Mundial. Los McKee, que residen en la planta de abajo, son una pareja horrible: él es pálido y afeminado y ella es chillona. El grupo se dispone a beber tanto que Nick luego afirma que en esa fiesta se embriagó por segunda vez en su vida. 

Nick siente disgusto por la conducta ostentosa y la conversación de los invitados, e intenta marcharse, pero a la vez se siente fascinado por el lascivo espectáculo del grupo. Cuanto más bebe Myrtle, más escandalosa y detestable le resulta, y cuando Tom le regala un cachorrito, ella se pone a hablar de Daisy. Tom le advierte con tono severo que no vuelva a mencionar a su esposa, a lo que Myrtle responde enfadada que hablará de lo que quiera y empieza a cantar el nombre de Daisy. Tom reacciona y le rompe la nariz, con lo que la fiesta se detiene abruptamente. Nick se marcha ebrio con el Sr. McKee y termina tomando el tren de las cuatro de la madrugada de vuelta a Long Island. 

 

 

Análisis 

A diferencia de los demás escenarios del libro, el valle de cenizas es una imagen de absoluta desolación y pobreza. Carece de toda superficie glamurosa y se extiende como un páramo gris a medio camino entre West Egg y Nueva York. El valle de cenizas simboliza la decadencia moral que se esconde detrás de las elegantes fachadas de Eggs y sugiere que debajo del aspecto ornamentado de West Egg y del encanto amanerado de East Egg se oculta la misma fealdad del valle. El valle se ha creado como producto de vertidos industriales, por lo que es un subproducto del capitalismo. Allí viven los únicos personajes pobres de la novela. 

El significado indefinido de los ojos monstruosos del Dr. T. J. Eckleburg, que miran detrás de unos anteojos desde lo alto del cartel, genera inquietud en el lector: en este capítulo, Fitzgerald no devela su misterio y no les asigna ningún valor simbólico determinado. Los enigmáticos ojos simplemente “contemplan el solemne vertedero”. En este punto de la novela, la lectura más convincente podría ser que representan los ojos de Dios, que contemplan desde lo alto la decadencia moral de los años 20. La pintura descolorida de los ojos podría interpretarse como símbolo de hasta qué punto la humanidad ha perdido su conexión con Dios. Sin embargo, esta lectura queda sutilmente sugerida por la disposición de los demás símbolos de la novela; Nick no explica este símbolo y deja la interpretación en manos del lector. 

El cuarto y último escenario de la novela, la ciudad de Nueva York, es en todos los sentidos lo opuesto al valle de cenizas: es ruidosa, vistosa, exuberante y reluciente. Para Nick, Nueva York es a la vez fascinante y repulsiva, vertiginosa y deslumbrante, pero sin un centro moral. Mientras que, en el valle de cenizas, Tom está obligado a mantener su aventura con Myrtle con relativa discreción, en Nueva York, en cambio, puede presentarse con ella en público, incluso entre sus conocidos, sin que esto resulte escandaloso. Ni siquiera a Nick parece importarle que Tom exhiba su infidelidad en público, a pesar de que Daisy es su prima. 

La secuencia de acontecimientos antes de la fiesta y durante su transcurso delinean y contrastan a los diferentes personajes de El gran Gatsby. La naturaleza reservada e indecisa de Nick se manifiesta precisamente en el hecho de que, aunque siente un rechazo moral ante la vulgaridad y el mal gusto de la fiesta, está demasiado fascinado como para marcharse. Esta contradicción sugiere los sentimientos ambivalentes que le despiertan los Buchanan, Gatsby y East Coast en general. La fiesta también subraya la hipocresía de Tom y su falta de control: no siente ninguna culpa por traicionar a Daisy con Myrtle, pero se siente obligado a recordarle cuál es su lugar. 

Tom se presenta en esta sección como un matón prepotente que se aprovecha de su estatus social y su fuerza física para dominar a los que lo rodean: se burla sutilmente de Wilson a la vez que tiene una aventura con su mujer, no se siente culpable de su comportamiento inmoral y no duda en reaccionar violentamente para mantener su autoridad sobre Myrtle. Wilson, por el contrario, se delinea como un hombre apuesto y moralmente recto, que carece de dinero, privilegios y vitalidad.