Resumen del Acto Tercero, Escena iii
En otra parte del castillo, el rey Claudio habla con Rosencrantz y Guildenstern. Muy afectado por la obra y considerando ya peligrosa la locura de Hamlet, Claudio les pide que acompañen a su sobrino en un viaje a Inglaterra y que partan inmediatamente. Estos aceptan y se retiran a hacer los preparativos. Entonces ingresa Polonio para recordarle al rey su plan de esconderse en la habitación de Gertrudis y observar su confrontación. Promete contarle a Claudio todo lo que averigüe. Cuando Polonio se marcha, el rey se queda solo e inmediatamente expresa su culpa y dolor por su pecado. El asesinato de un hermano, dice, es el pecado más antiguo y “carga con la maldición más antigua” (III.iii.37). Anhela pedir perdón, pero dice que no está preparado para renunciar a lo que ganó cometiendo tal crimen, es decir, la corona y la reina. Cae de rodillas y comienza a rezar.
Hamlet se cuela en la habitación dispuesto a asesinar a Claudio, pero de pronto se le ocurre que si lo mata mientras está rezando, estaría terminando con su vida justo cuando está pidiendo perdón por sus pecados, por lo que enviaría su alma al cielo. Esta no parece ser una venganza adecuada, piensa, especialmente cuando Claudio asesinó a su padre sin darle tiempo a hacer su última confesión, de modo que se aseguró de que no fuera al cielo. Hamlet decide esperar y matarlo cuando esté pecando: ya sea cuando esté ebrio o bien cuando esté iracundo o lujurioso. Hamlet se marcha y Claudio se levanta y declara que no ha podido rezar con sinceridad: “Mis palabras se elevan al cielo, pero mis pensamientos se quedan en tierra” (III.iii.96).
Análisis
Así, esta conciencia nos hace a todos cobardes, pues el tinte natural del valor se debilita con la palidez de la prudencia. Esta sola consideración desvía la corriente de las empresas de mayor importancia y dejan de llamarse acción. (III.i.85-90)
En el Acto Tercero, Escena iii, Hamlet por fin parece decidido a llevar a la acción su deseo de venganza. Se siente satisfecho de que su plan haya probado la culpabilidad de su tío. Cuando Claudio está rezando, el público tiene certeza real de que él fue le asesino ante una confesión completa y espontánea, aunque nadie más la escuche. Esto acentúa la sensación de que el clímax de la obra está aún por llegar, pero Hamlet lo demora.
A primera vista, parece que espera porque quiere una venganza más radical. Críticos como Samuel Taylor Coleridge se han horrorizado ante estas palabras de Hamlet: sobrepasa completamente los límites de la moral cristiana en su intento por condenar el alma de su oponente, además de matarlo. Pero más allá de esta postura ultraviolenta, Hamlet esquiva una vez más el imperativo de actuar involucrándose en un problema de conocimiento. Ahora que ha logrado conocer la culpabilidad de Claudio, quiere saber si su castigo será suficiente. Puede que haya sido difícil probar lo primero, pero ¿cómo podría esperar conocer el destino del alma inmortal de Claudio?
Hamlet plantea su deseo de condenar a Claudio como una cuestión de justicia: su propio padre fue asesinado sin haber limpiado su alma con una oración o confesión, así que ¿por qué debería darle esa oportunidad a su asesino? Pero Hamlet se ve obligado a admitir que no sabe realmente lo que le ocurrió a su padre, comentando: “¿Quién sabe qué ha sido de su alma, si no el cielo?” (III.iv.82). Todo lo que puede decir es que “en nuestras circunstancias y curso de pensamiento, terrible ha sido su sentencia” (III.iv.83-84). The Norton Shakespeare parafrasea “en nuestras circunstancias y curso de pensamiento” como “en nuestra manera indirecta y limitada de conocer terrenal”. Habiéndose probado a sí mismo la culpabilidad de su tío, contra todo pronóstico, Hamlet encuentra de repente algo más sobre lo que estar inseguro.
En este punto, Hamlet va más allá de su anterior necesidad de conocer los hechos del crimen y ahora ansía tener un conocimiento metafísico antes de pasar a la acción: el conocimiento de la vida después de la muerte y el de Dios. El público ha tenido amplia oportunidad de ver que Hamlet siente fascinación por los asuntos filosóficos. En el caso de “ser o no ser”, vemos que en su filosofar encuentra una manera de eludir los pensamientos o reconocer algo de mayor prioridad (en ese caso, su impulso de suicidarse). En esta escena, cabe preguntarse también si usa sus especulaciones sobre el alma de Claudio para evitar pensar en otra cosa. Tal vez, la misión que se ha impuesto —matar a sangre fría a otro ser humano— lo supera. Sea lo que fuere, el público vuelve a tener la sensación de que hay algo más detrás del comportamiento de Hamlet. La capacidad de Shakespeare de transmitir esta sensación es en sí mismo un logro notable, más allá de qué explicación le demos a los posibles motivos que Hamlet no reconoce.