Al narrar la historia de una Nueva Inglaterra sumida en la histeria a tal punto que lleva a la muerte a muchos de sus habitantes, The Crucible (El Crisol, también conocido como Las brujas de Salem) explora la tensión entre las fuerzas represivas de un orden social y la libertad individual. En líneas generales, el antagonista de El crisol es el mismo pueblo de Salem, cuyos habitantes pierden temporalmente el sentido de comunidad y se vilipendian unos a otros. Pero la histeria de la caza de brujas saca a la luz resentimientos y agravios largamente reprimidos. Incluso antes de que se desate la caza de brujas, Proctor se ve movido principalmente por el deseo de hacer que el pueblo vuelva a entrar en razones. Por ello, ataca a Parris por centrarse en todo lo que no sea la oración en sus sermones, reprende a Putnam por obsesionarse con sus tierras para aumentar su influencia y se burla de Giles por causar problemas en general en todo Salem. Sin embargo, su racionalidad lo ciega ante los peligros de sus propias indiscreciones en su lucha por reparar su vida después de su aventura. El incidente que desencadena la obra se desarrolla cuando Abigail confiesa que es bruja, lo que lleva a un espiral de acusaciones que pronto se sale de control. El pueblo, ya al borde del colapso, no tarda en desmoronarse y vecinos se vuelven contra vecinos, tanto como forma de liberar la ira reprimida como por miedo a verse implicados en la caza de brujas.
La acción se acelera cuando comienzan los juicios y Abigail acusa a Elizabeth, la esposa de Proctor. Aunque Abigail le dice que Betty no está realmente embrujada, Proctor duda en testificar porque teme exponer su aventura con Abigail. En este caso, el antagonista es el propio yo de Proctor dividido en dos: el defecto de la lujuria que lo hizo cometer adulterio entra en conflicto con su sentido moral de que lo que está ocurriendo no es justo. Proctor empeora sus errores al confiar en que Mary pueda exonerar a Elizabeth. Cuando Hale rechaza la confesión de Mary como acusación contra Abigail, Proctor exclama: “la ley es dictada nada más que por la venganza”. Aunque alude a los sentimientos de Abigail, Proctor oculta que su venganza proviene de los celos de Elizabeth, no simplemente de su ira contra ella por haber despedido a la joven. Y solo cuando se llevan a Elizabeth encadenada, Proctor decide acudir a los tribunales como último recurso. La obra llega a su clímax cuando Proctor finalmente confiesa su aventura con Abigail, lo que le permite al menos liberarse del sentimiento de culpa por sus pecados al sacrificar su buen nombre para salvar a su esposa. No obstante, su sacrificio es en vano, ya que Elizabeth, con la intención de proteger la reputación de su marido, se niega a verificar la historia y Mary acusa a Proctor de brujería. A esta altura, la mayoría del pueblo está sumido en un frenesí tal que la diferencia entre realidad y ficción ha quedado completamente destruida, y los personajes han perdido todo sentido de la razón.
El descenso de la acción sucede cuando, tres meses después, Elizabeth perdona a su esposo por el adulterio y dice que no quiere verlo morir. Cuando Proctor se da cuenta de que conceptos como honestidad, honor y verdad han perdido todo significado en un pueblo temeroso, paranoico y vengativo, accede a confesar, aunque sabe que “es maligno”. Sin embargo, cuando Danforth insiste en dejar por escrito y publicar su confesión “para la buena información del pueblo”, Proctor se da cuenta de que su confesión no es una simple formalidad, sino una oportunidad política para que el tribunal valide la caza de brujas y justifique sus ejecuciones. Su confesión, entonces, se opone directamente a su deseo de poner fin a la histeria de Salem. Mientras que una confesión oral puede no tener relación con la verdad, firmar su nombre en un papel otorgaría credibilidad a las falsedades perpetuadas por el juicio y mancillaría el nombre de los amigos que han muerto negando los cargos que se les imputaban. Proctor se considera muerto al haber comprometido todos sus valores para escapar de la horca: “¿Cómo puedo vivir sin mi nombre?”.
La obra llega a su desenlace cuando Proctor se retracta y rompe su confesión. Con ese acto, firma su sentencia de muerte, pero preserva el buen nombre de sus amigos y expone la hipocresía de la caza de brujas. Al romper su confesión, Proctor reafirma su identidad como individuo a la vez que da un paso hacia el restablecimiento de la cordura en su comunidad. “Creo vislumbrar una pisca de bondad en John Proctor”, dice refiriéndose a sí mismo en tercera persona. Esta declaración sugiere que es consciente de que, en lugar de pasar a la historia por firmar una confesión falsa contra sus vecinos, recordarán su nombre por negarse a transigir, incluso a costa de su vida. Además, sus trágicas faltas han dado como resultado la muerte de otros personajes inocentes, por lo que sabe que no puede seguir con vida. Elizabeth parece comprender el sacrificio que está haciendo tanto por el pueblo como por su familia, y no le pide que recapacite. La obra termina con Proctor y Rebecca Nurse, que también se ha negado a confesar, conducidos a la horca.