Resumen del Acto primero, Parte 1 (Escena precedente a la entrada de John Proctor) 

La obra está ambientada en Salem, Massachusetts, en 1692; el gobierno es una teocracia regida por Dios y ejercida por medio de funcionarios religiosos. El trabajo duro y la vida parroquial consumen la mayor parte del tiempo de sus habitantes. En el seno de la comunidad, hay disputas latentes sobre las tierras. Las cuestiones de límites y propiedad son objeto de constantes y amargos desacuerdos. 

La obra comienza con el reverendo Parris arrodillado en oración ante la cama de su hija. Betty Parris, de diez años, yace inmóvil, en estado inconsciente. Parris es un hombre adusto y severo que sufre de paranoia. Está convencido de que los miembros de su congregación no deben mover ni un dedo durante los servicios religiosos sin su permiso. Entretanto, el rumor de que Betty es víctima de brujería corre por Salem a la velocidad del rayo, lo que explica la multitud congregada en el salón de su casa. Parris manda a llamar al reverendo John Hale de Beverly, experto en brujería, para que determine si Betty está realmente embrujada. Parris a su vez reprende a su sobrina, Abigail Williams, tras haberla descubierto a ella, a Betty y a otras tantas muchachas bailando en el bosque en medio de la noche con su esclava, Tituba. Además de que había visto a Tituba entonar palabras ininteligibles y agitar los brazos sobre una fogata, Parris también creyó haber visto a alguien correr desnudo entre los árboles. 

Abigail niega que ella y las demás jóvenes estuvieran practicando brujería y sostiene, por el contrario, que Betty simplemente se desmayó del susto cuando su padre las sorprendió bailando. Parris teme que sus enemigos aprovechen la oportunidad de tal escándalo para echarlo de su cargo ministerial y le pregunta a Abigail si puede afirmar que su nombre y reputación sean realmente intachables. Elizabeth Proctor, una mujer del pueblo que una vez empleó a Abigail en su casa —y a quien posteriormente despidió—, ha dejado de asistir a la iglesia con regularidad. Se corre el rumor de que Elizabeth no quiere sentarse tan cerca de una mujer mancillada. Abigail niega haber cometido ofensa alguna y afirma que Elizabeth la odia porque ella se niega a trabajar como una esclava. Parris le pregunta entonces por qué, siendo Elizabeth una mentirosa, ninguna otra familia la ha contratado para trabajar en su casa, ante lo cual Abigail insinúa que a Parris solo se preocupa su situación laboral porque le molesta tener que mantenerla. 

Thomas Putnam, quien guarda uno de los tantos rencores latentes de la obra, entra a la habitación con su esposa. Su cuñado fue candidato al ministerio de Salem, pero sus aspiraciones se vieron frustradas por una pequeña facción. La señora Putnam informa que su propia hija, Ruth, está tan ausente como Betty, y afirma que alguien vio a Betty volar sobre el granero de un vecino. 

La Sra. Putnam tuvo siete bebés, cada uno de los cuales murió al día siguiente de nacer. Convencida de que eso fue resultado de un acto de brujería, mandó a que Ruth consultara a Tituba si podía contactarse con los espíritus de sus hijos muertos para descubrir la identidad del asesino. Parris vuelve a reprender a Abigail y afirma que ella y las jóvenes efectivamente estaban practicando brujería. Putnam insta a Parris a que se les adelante a sus enemigos y anuncie sin demora que ha descubierto un acto de brujería. Entonces irrumpe Mercy Lewis, la criada de los Putnam, para informar que Ruth parece estar mejor. Parris acepta reunirse con la multitud y dirigirlos en una oración, pero se niega a hacer mención de brujerías hasta no tener la opinión del reverendo Hale. 

Una vez solos, Abigail pone a Mercy al tanto de la presente situación. Mary Warren, la criada de los Proctor, entra a la habitación sin aliento y muy nerviosa a causa del temor de que pronto las tachen a todas de brujas. De pronto, Betty se sienta y llama a su madre, que está muerta y enterrada. Abigail les dice a las jóvenes que le ha contado todo a Parris sobre sus actividades en el bosque, pero Betty exclama que Abigail no le ha dicho nada acerca de beber sangre como conjuro para asesinar a Elizabeth Proctor, la esposa de John Proctor. Abigail le da una bofetada y les advierte a las demás que solo confiesen que bailaron y que Tituba conjuró a las hermanas muertas de Ruth, y amenaza con matarlas si dicen una palabra sobre algunas de las otras cosas que han hecho. Sacude a Betty, pero ella ha regresado a su estado ausente e inmóvil. 

Análisis del Acto primero, Parte 1 (Escena precedente a la entrada de John Proctor) 

El crisol es una obra que trata del cruce entre los pecados privados y la paranoia, la histeria y la intolerancia religiosa. Para los habitantes de Salem de 1692, la sola idea de vida privada se consideraría herejía. El gobierno de Salem, y de Massachusetts en general, consiste en una teocracia respaldada por un sistema legal basado en la biblia cristiana. Las leyes morales y estatales son una misma cosa, de modo que el pecado y el estado del alma de un individuo son materia pública. La vida privada de un individuo debe juzgarse a la luz de las leyes morales, de lo contrario, representa una amenaza para el bien público. 

Para regular la moralidad de los ciudadanos, se necesita vigilancia. Para cada habitante de Salem, hay un posible testigo de sus delitos privados. Las autoridades estatales patrullan el pueblo y les exigen a sus ciudadanos que den cuenta de sus actividades. La libertad de expresión no es un derecho protegido y decir las palabras incorrectas fácilmente puede llevar a un individuo a prisión. La mayoría de los castigos —como el cepo, flagelación y la horca— son públicos, ya que no solo apuntan a avergonzar al infractor de la ley, sino también a recordarle al público que entrar en desacuerdo con las leyes del estado implica ir en contra de la voluntad de Dios. 

El crisol nos ofrece una comunidad llena de rencores personales reprimidos. La religión impregna todos los aspectos de la vida, pero se trata de una religión que carece de un ritual para canalizar emociones tales como la ira, los celos o el resentimiento. Para 1692, Salem ya se ha convertido en una comunidad relativamente bien establecida, lejos de sus días como puesto de avanzada en una frontera hostil. Muchos de los antiguos peligros que unieron a la comunidad en sus primeros años se han desvanecido, mientras que las disputas y rencores personales en torno a la propiedad, los cargos religiosos y la conducta sexual han comenzado a hervir a fuego lento bajo la superficie de la teocracia. Dichas tensiones, en combinación con la paranoia acerca de fuerzas sobrenaturales, impregnan la sensibilidad religiosa del pueblo y proporcionan la leña que alimenta la histeria de los juicios de las brujas. 

A primera vista, Parris se nos ofrece como un padre ansioso y preocupado. Sin embargo, un estudio atento de su lenguaje muestra indicios de que, en realidad, lo que más le preocupa es su reputación, no el bienestar de su hija ni el de sus amigos. Ante el temor de que Abigail, Betty y las demás muchachas estuvieran practicando brujería cuando las sorprendió bailando en el bosque, su principal preocupación no es que sus almas estén en peligro, sino los problemas que dicho escándalo puede implicar para él. Es posible —y probable, desde su punto de vista— que los miembros de la comunidad se aprovechen de dicha transgresión moral para arruinarlo. La ansiedad que Parris siente ante la inestabilidad de su cargo revela hasta qué punto los conflictos mantienen dividida a la comunidad de Salem. Ni siquiera aquellos individuos que la sociedad cree investidos de la voluntad de Dios pueden controlar el arrebato popular. 

La idea de la culpabilidad por asociación es crucial para los acontecimientos de El crisol, ya que es una de las tantas maneras de regular la conducta moral privada de sus ciudadanos. Un individuo debe temer que los pecados de sus amigos y seres cercanos mancillen su propio nombre. En consecuencia, el individuo se ve obligado a gobernar sus relaciones privadas en función de la opinión y la ley públicas. Para consolidar el propio buen nombre, es necesario condenar públicamente las malas acciones de los demás. De esta forma, la culpabilidad por asociación también fomenta la difusión de los pecados privados. Incluso antes de que comience la obra, la reputación cada vez más cuestionable de Abigail, como consecuencia del inexplicable despido por parte de la intachable Elizabeth Proctor, se cierne como amenaza sobre el tenue poder y la autoridad de Parris en la comunidad. A esto se suman las acusaciones de brujería, una amenaza aún mayor. 

Putnam, por su parte, guarda sus propios rencores contra sus compatriotas. Se trata de un hombre adinerado, de una influyente familia de Salem, que cree que su estatus le concede el derecho al éxito mundano y que, por el contrario, ve frustrados sus esfuerzos tanto por convertir a su cuñado en ministro, como por armar una familia, en la que todos sus hijos han sufrido una muerte prematura. Putnam está en condiciones de utilizar los juicios por brujería para expresar sus sentimientos de persecución y fracaso inmerecido, y para satisfacer su sed de venganza. Su esposa se siente igualmente agraviada —como muchos puritanos, está demasiado dispuesta a adjudicar la trágica muerte de sus hijos a causa sobrenaturales— y busca un castigo similar para, según su perspectiva, las malévolas acciones de los demás.