Resumen del Acto primero, Parte 2 (La entrada de John Proctor hasta la entrada del reverendo Hale) 

John Proctor, un agricultor local, entra a la casa de Parris y se acerca a las jóvenes. Proctor desprecia la hipocresía y muchas personas le guardan rencor por haber expuesto su necedad. Sin embargo, Proctor no está tranquilo consigo mismo ya que ha mantenido una relación extramatrimonial con Abigail. Su esposa, Elizabeth, descubrió la aventura y despidió inmediatamente a la joven que trabajaba en su casa como criada. 

Proctor le recuerda mordazmente a Mary Warren, que ahora trabaja para él, que tiene prohibido salir de la casa y la amenaza con azotarla de no obedecer sus reglas. Mercy Lewis y Mary se marchan. Abigail declara que espera a Proctor por la noche y él la hace irritar al responderle que no le ha hecho promesas durante su aventura. La joven le replica que no puede negar sus sentimientos hacia ella porque lo ha descubierto mirando hacia su ventana. Él admite que aún guarda sentimientos por ella, pero recalca que su relación se ha terminado. Abigail se burla de él por someterse a la voluntad de su “fría y quejosa” mujer, ante lo cual Proctor la amenaza con abofetearla si vuelve a insultarla. Abigail lamenta que Proctor le haya abierto los ojos de su corazón y declara que no puede pedirle que se olvide aquello de lo que se ha enterado: que todo Salem funciona a base de hipocresía y mentiras. 

La multitud que está en el salón canta un salmo. En respuesta a la frase “yendo hacia Jesús”,  Betty se tapa los oídos y se pone histérica, por lo que Parris, Mercy y los Putnam corren a la habitación. La Sra. Putnam dictamina que Betty ha sido embrujada y no puede oír el nombre del señor sin sentir dolor. Entonces, se les acerca Rebecca Nurse, una anciana. Su esposo, Francis Nurse, es muy respetado en Salem y muchos le han pedido que arbitre sus disputas. Con el paso de los años, fue comprando gradualmente los 300 acres que antes alquilaba, y muchos se resintieron ante su prosperidad. Surge una amarga disputa entre él y Thomas Putnam por la cuestión de los límites de la propiedad. Además, Francis pertenecía a la facción que había impedido que el cuñado de Putnam ganara el ministerio de Salem. Giles Corey, un agricultor musculoso y enjuto de ochenta y tres años, se suma al grupo de la habitación, mientras Rebecca se queda de pie junto a Betty, quien se tranquiliza poco a poco ante su dulce presencia. Rebecca les asegura a todos que lo más probable es que Ruth y Betty estén sufriendo un ataque infantil como resultado de la sobreestimulación. 

Proctor pregunta si Parris consultó con las autoridades judiciales o convocó una reunión del pueblo antes de encargarle al reverendo Hale que viniera a revelar demonios en Salem. Rebecca teme que una caza de brujas desencadene aún más disputas. Putnam le exige a Parris que le encargue a Hale una búsqueda de indicios de brujería, ante lo cual Proctor le recuerda a Putnam que no puede darle órdenes a Parris y afirma que Salem no concede votos en función de la riqueza. Putnam replica que Proctor no debe preocuparse por el gobierno de Salem ya que no asiste regularmente a la iglesia como todo buen ciudadano. Proctor sentencia que no está de acuerdo con el énfasis que pone Parris en sus sermones en “el fuego del infierno y la condenación”. 

Parris y Giles discuten sobre si aquel debe recibir seis libras por gastos de leña. Parris alega que las seis libras forman parte de su salario y que su contrato estipula que la comunidad le suministre leña. Giles afirma que Parris se extralimitó al pedir la escritura de su casa (la de Parris), a lo que este responde que no quiere que la comunidad pueda echarlo así nomás; la posesión de la escritura, en cambio, haría más difícil que los ciudadanos desobedecieron a la iglesia. 

Parris sostiene que Proctor no tiene derecho a desafiar su autoridad religiosa, le recuerda que Salem no es una comunidad de cuáqueros y le aconseja que informe a sus “seguidores” de este hecho. Parris declara que Proctor pertenece a una facción de la iglesia que conspira contra él. Proctor sorprende a todos cuando dice que no le gusta el tipo de autoridad de Parris y que estaría encantado de encontrar y unirse a esa supuesta facción enemiga. 

Putnam y Proctor discuten por la propiedad de un terreno maderero del que Proctor extrae madera. Putnam afirma que su abuelo le dejó dicha extensión de tierra en su testamento, mientras que Proctor dice que se la compró a Francis Nurse y añade que el abuelo de Putnam tenía la costumbre de querer tierras que no le pertenecían. Putnam, furioso, amenaza con demandar a Proctor. 

Análisis del Acto primero, Parte 2 (La entrada de John Proctor hasta la entrada del reverendo Hale) 

En la Salem puritana, jóvenes como Abigail, Mary y Mercy carecen de autoridad hasta que se casan. En calidad de joven criada soltera, se espera que Mary obedezca la voluntad de su empleador, Proctor, que tiene el poder de confinarla en su casa e incluso azotarla en caso de desobediencia. 

En su primera aparición, Proctor se presenta como un hombre ingenioso, mordaz y con una fuerte impronta independiente. Estos rasgos parecieran en principio hacer de él la persona ideal para cuestionar las motivaciones de los que denuncian brujería. Sin embargo, la culpa que siente por su aventura con Abigail lo coloca en una posición conflictiva, ya que es culpable de la misma hipocresía que desprecia en los demás. Abigail, por su parte, no ha superado su aventura y lo acusa de haberle abierto “los ojos del corazón”. En un sentido, Abigail lo acusa de haber destruido su inocencia al arrebatarle su virginidad. En otro sentido, lo está acusando a su vez de haberle mostrado hasta qué grado la hipocresía gobierna las relaciones sociales de Salem. El cinismo de la joven sobre su sociedad revela que se encuentra en una posición ventajosa para sacar provecho de los juicios por brujería tanto para su beneficio propio como para tomar venganza. Su deseo secreto de quitar del medio a Elizabeth Proctor para llegar a John impulsa la histeria que no tarda en desatarse. 

La pregunta de Proctor acerca de si Parris ha consultado con alguien antes de mandar a llamar al reverendo Hale ilustra otro aspecto represivo de la sociedad de Salem: el énfasis en la moral pública y el bien común vuelve cuestionables las acciones individuales. La pregunta de Proctor insinúa sutilmente que Parris tiene motivos personales y privados para mandar a llamar al reverendo Hale. Y agrava la tensión insinuando que sus sermones llenos de fuego y azufre persiguen sus propios intereses personales al inducir a que la gente lo obedezca por temor a ir al infierno. 

Parris es uno de los personajes menos atractivos de la obra, se presenta como desconfiado y avaro, con un fuerte apego al aspecto material de la vida. Es evidente que el énfasis que hace en el fuego infernal y la condenación es, al menos en parte, un intento de coerción para que la comunidad le otorgue más beneficios materiales por su sentimiento de culpa. Parris, menciona Miller en un aparte dirigido al público, fue alguna vez un comerciante de Barbados. Su codicia mercantilista se evidencia en la forma en que utiliza el pecado como una especie de moneda para conseguir leña y casa gratis. Le gustaría que sus feligreses pagaran ante Dios por sus pecados, pero parece querer encargarse de cobrar él mismo las deudas. 

El deseo de Parris de tener posesión de la escritura de su casa también es significativo. Él da sus razones en términos de la actitud voluble de la comunidad hacia sus ministros y, al menos en eso, tiene cierta razón. Antes de su llegada, surgió una amarga disputa entre los Putnam y los Nurse por la elección del ministro, disputa que deja en claro la vulnerabilidad de un ministro ante los enfrentamientos políticos y los rencores personales entre familias. Sin embargo, la afirmación que hace de que solo busca garantizar la “obediencia a la Iglesia” es cuestionable, dado que toma como un insulto personal todo desacuerdo con los edictos eclesiásticos. Su acusación de que Proctor lidera una facción eclesiástica que pretende derrocarlo revela que es bastante paranoico. Esta paranoia, combinada con su vulnerabilidad política real, lo lleva a sacar ventaja de los juicios por brujería para proteger sus intereses personales. 

La insistencia que pone Rebecca en que Proctor no “rompa la amistad” con el ministro sugiere que en Salem hay poco margen para expresar los desacuerdos individuales, ya que hacerlo se considera inmoral. Todo sentimiento de celos y resentimiento no tienen otra salida más que el tribunal, que, en una Salem teocrática, también es una institución de autoridad religiosa. Toda la comunidad de Salem está preparada para que los juicios por brujería se conviertan en una válvula de escape para la expresión de rencores económicos, políticos y personales a través de la manipulación de la autoridad religiosa y moral. La disputa por la propiedad entre Proctor y Putnam es el broche final para la insinuación de que la verdadera cuestión de los juicios por brujería tiene más que ver con preocupaciones sociales e interpersonales que con manifestaciones sobrenaturales de la influencia del Diablo.