Resumen del Acto cuatro 

Ese otoño, Danforth y Hathorne visitan una prisión de Salem para ver a Parris, que los recibe  agotado y demacrado. Ellos exigen saber por qué ha regresado a Salem el reverendo Hale. Parris les asegura que Hale solo busca persuadir a los detenidos para que confiesen y se salven de la horca. Informa que Abigail y Merccy han desaparecido de Salem con su dinero. Entonces aparece Hale, demacrado y apenado. Les suplica a los hombres que indulten a los prisioneros dado que no están dispuestos a confesar. Danforth replica que todo aplazamiento o indulto pondría en duda no solo la culpabilidad de los siete prisioneros restantes, sino también la de los doce que ya han ido a la horca. Hale les advierte que los oficiales están incitando a la rebelión. Como consecuencia de los juicios, las vacas andan sueltas, las cosechas se pudren en los campos y los huérfanos andan deambulando sin supervisión. Muchos hogares han caído en el descuido porque sus dueños están presos o han tenido que asistir a los juicios. Todos viven con miedo a ser acusados de brujería y corren rumores de revuelta en la vecina Andover. 

Hale todavía no ha hablado con Proctor. Danforth espera que Elizabeth logre persuadirlo para que confiese. Elizabeth acepta hablar con Proctor, pero no promete nada. Todos se van para darles privacidad. Elizabeth le dice a Proctor que ya han confesado brujería cerca de cien personas. Le cuenta que Giles murió aplastado entre dos piedras, aunque nunca se declaró culpable o inocente de los cargos que se le imputaban. Si hubiera negado los cargos, el tribunal lo habría colgado y habría perdido sus propiedades. Como decidió no declararse culpable para que su granja pasara a manos de sus hijos, el tribunal intentó obligarlo torturándolo en la prensa, pero él no hizo más que negarse y el peso sobre el pecho llegó a ser tan grande que lo aplastó. Sus últimas palabras fueron “más peso”. 

Proctor le pregunta a Elizabeth si cree que debería confesar y aclara que no se resiste a hacerlo por convicción religiosa, como Rebecca y Martha, sino por despecho, porque desea que sus perseguidores sientan el peso de la culpa por verlo ahorcado cuando saben que es inocente. 

Después de debatirse con su conciencia largo rato, Proctor acepta confesar. Hathorne y Danforth están exultantes, mientras que Cheever busca papel, pluma y tinta para poner la confesión por escrito. Proctor pregunta por qué es necesario hacer eso, por lo que Danforth le informa que es para colgarlo en la puerta de la iglesia. 

Los hombres llaman a Rebecca para que presencie la confesión de Proctor, con la esperanza de que siga su ejemplo. Proctor se avergüenza ante la presencia de Rebecca. Presenta su confesión y Danforth le pregunta si alguna vez vio a Rebecca Nurse en compañía del Diablo. Proctor lo niega. Danforth lee en voz alta los nombres de los condenados y le pregunta si alguna vez vio a alguno de ellos con el Diablo. Proctor vuelve a negar. Danforth lo presiona para que nombre a otros culpables, pero Proctor declara que solo se limitará a hablar de sus propios pecados. 

Proctor se niega a firmar la confesión, diciendo que es suficiente con que los hombres hayan sido testigos de su admisión de los supuestos crímenes. Como lo presionan, firma el papel, pero se lo arrebata a Danforth, quien se lo exige como prueba ante el pueblo de su brujería. Proctor se niega a permitirle que lo cuelgue en la puerta de la iglesia y, tras discutir con los magistrados, rompe la confesión en dos y renuncia a ella. Danforth manda a llamar al alguacil. Herrick conduce a la horca a los siete condenados, incluido Proctor. Hale y Parris le suplican a Elizabeth que ayude a Proctor a recapacitar, pero ella se niega a disuadirlo de que haga lo que cree justo. 

Resumen del Epílogo 

Poco después, destituyen a Parris. Este se marcha de Salem y nunca más se vuelve a saber de él. Según los rumores, Abigail se ha puesto a trabajar como prostituta en Boston. Elizabeth vuelve a contraer matrimonio unos años después de la ejecución de su marido. En 1712, se retiran las excomuniones de los condenados. Las granjas de los ejecutados quedan en barbecho y vacías durante años. 

Análisis del Acto cuarto y del Epílogo 

Han pasado varios meses y las cosas se desmoronan en Massachusetts, por lo que Danforth y Hathorne se sienten cada vez más inseguros. No quieren, y en última instancia no pueden, admitir que cometieron un error al firmar las sentencias de muerte de los diecinueve condenados, por lo que esperan confesiones de los prisioneros restantes para eludir las acusaciones de veredictos erróneos. Danforth no puede indultar a los prisioneros, a pesar de las súplicas de Hale y sus evidentes dudas sobre su culpabilidad, ya que no desea “poner en duda” la justificación de los ahorcamientos de los doce condenados anteriores ni la sentencia de ahorcamiento de los siete restantes. Dentro de la retorcida lógica del tribunal, no sería “justo” para los doce ya ahorcados que los siete presos restantes recibieran indulto. Danforth le da prioridad a una noción de  igualdad extraña y abstracta por sobre la realidad tangible de la posible inocencia. 

No cabe duda de que la cuestión más importante para los funcionarios del tribunal es la preservación de su reputación y la integridad del tribunal. En tanto institución teocrática, el tribunal representa la justicia tanto divina como secular. Admitir doce ahorcamientos erróneos equivaldría a cuestionar la justicia divina y los propios cimientos del estado y de la vida humana. La integridad del tribunal quedaría hecha añicos junto con la reputación de los funcionarios del tribunal. Danforth y Hathorne preferirían preservar la apariencia de justicia antes que amenazar el orden religioso y político de Salem. 

El trato que Danforth y Hathorne le dan a Proctor revela la necesidad obsesiva de preservar la apariencia del orden y de la justicia de sus acciones, así como su actitud hipócrita con respecto a la honestidad. Quieren que Proctor firme una confesión que admita su propia condición de brujo, testifique haber visto a los otros seis prisioneros en compañía del diablo y corrobore por completo las conclusiones del tribunal. A la vez que intentan sacar ventaja de la reputación de honestidad de Proctor como justificación de que han obrado con justicia, Danforth y Hathorne se muestran totalmente reacios a creerle a Proctor cuando es él quien afirma haber actuado justamente. 

El hecho de que Proctor se niegue a participar del ritual de transferencia de culpabilidad que ha dominado la obra —el nombramiento de otras “brujas”— lo separa del resto de los acusados. Su negativa a firmar la confesión se debe en parte a su deseo de no deshonrar la decisión de sus compañeros de mantenerse firmes. Para él, sin embargo, lo más importante sigue siendo su nombre y cómo se destruirá si accede a firmar la confesión. Su deseo de preservar su buen nombre le impidió testificar contra Abigail, lo que tuvo consecuencias desastrosas. Ahora, en cambio, ha llegado por fin a una verdadera comprensión de lo que significa una buena reputación y la defensa de su nombre, encarnada en su negativa a firmar, le permite reunir el coraje para morir de forma heroica. Recupera así su bondad y honestidad, perdidas durante su aventura con Abigail.