Resumen del Capítulo 9 

Tras la ejecución de Justine, Víctor se vuelve cada vez más melancólico y hasta piensa en suicidarse, pero se contiene ante el pensamiento de Elizabeth y su padre. Para animar a su hijo, Alphonse lleva a su familia de excursión a la casa de Belrive. Desde allí, Víctor deambula solo y llega hasta el valle de Chamounix. La belleza del paisaje lo reanima, pero la tregua del dolor dura poco. 

Resumen del Capítulo 10 

Una mañana de lluvia, Víctor se despierta para reencontrarse con que sus viejos sentimientos de desesperación. Decide subir hasta la cima del Montanvert, con la esperanza de reanimarse ante la vista de un paisaje natural puro, eterno y hermoso. 

Cuando llega al glaciar en lo alto de la cima, encuentra consuelo temporario en ese espectáculo sublime. Sin embargo, al cruzar al otro lado del glaciar, divisa a una criatura que se dirige hacia él a una velocidad increíble. Más de cerca, alcanza a reconocer la grotesca figura del monstruo. Amenaza en vano con atacarlo, pero este lo esquiva fácilmente con su enorme fuerza y velocidad. Víctor lo maldice y le ordena que se vaya, pero el monstruo, que habla con elocuencia, lo persuade para que lo acompañe hasta una cueva en el hielo donde tiene una fogata. Allí dentro, el monstruo comienza a narrar los acontecimientos de su vida. 

Análisis de los Capítulos 9–10 

En estos capítulos se presentan algunos de los casos más explícitos del tema de la naturaleza sublime de la novela y se manifiesta la poderosa influencia que esta ejerce en el personaje de Víctor. El mundo natural tiene efectos palpables en su estado de ánimo: se conmueve y se anima ante la belleza escénica y se siente desconsolado en su ausencia. De la misma manera que la naturaleza es capaz de alegrarlo, también es capaz, sin embargo, de recordarle su culpa, su vergüenza y su remordimiento: “La lluvia me deprimía; volvió mi acostumbrado estado de ánimo; y me sentí apesadumbrado”. 

Shelley traza el personaje de Víctor según los lineamientos del Romanticismo de fines del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, que enfatizaban la búsqueda de experiencias sublimes en la naturaleza: sentimientos de asombro, esperanza y éxtasis. La afinidad que siente con la naturaleza es especialmente significativa debido al vínculo entre esta y el monstruo. Ese monstruo —que se siente tan a gusto en un entorno natural y es, a la vez, antinatural por definición— se convierte en símbolo de la locura de Víctor al tratar de emular las fuerzas naturales de la creación. 

El monstruo —que antes era un ser misterioso, grotesco y exclusivamente físico— se convierte ahora en una figura verbal, emocional, sensible, casi humana, que comunica su pasado a Víctor en términos elocuentes y conmovedores. Esta transformación es crucial para que Víctor logre terminar de comprender su acto de creación: si antes era la fuerza física, la resistencia y la aparente mala voluntad del monstruo lo que lo convertían en una amenaza, ahora, lo es su intelecto.  

El monstruo comprende claramente su posición en el mundo, la tragedia de su existencia y el abandono de su creador, y ha salido en busca de reparación o venganza. Por primera vez, Víctor empieza a darse cuenta de que lo que ha creado no es simplemente el producto científico de un experimento con materia animada, sino un ser vivo real con necesidades y deseos. 

Mientras que Víctor lo maldice como un demonio, el monstruo responde a su crudeza con sorprendente elocuencia y sensibilidad, y así se muestra como un ser educado, emocional y exquisitamente humano. Ahora la apariencia grotesca reside únicamente en la imaginación del lector (exagerada por la perspectiva de Víctor) y sus palabras conmovedoras son la ilustración concreta de su delicada naturaleza. Para el lector, cuya experiencia de la fealdad del monstruo viene de segunda mano, es fácil identificarse con su sensibilidad humana y sentir empatía por su situación, especialmente ante el implacable desprecio de Víctor hacia él. La brecha entre el monstruo y Víctor —y entre el monstruo y el ser humano en general— ahora se estrecha. 

Una de las maneras en las que el monstruo exhibe su elocuencia es mediante la alusión al Paraíso perdido de John Milton, uno de los libros que lee mientras vive en la choza de los campesinos (que describe más adelante en su narración). En estos capítulos aparece la primera alusión, cuando el monstruo intenta persuadir a Víctor de que escuche su historia. Le ruega  “Recuerda que soy tu criatura. Si bien habría de ser tu Adán, soy más bien el ángel caído”. Al comparar a Víctor con Dios, el monstruo lo hace responsable de sus malas acciones y lo reprende por su negligencia al no darle un entorno de contención.