Resumen del Acto Primero, Escena II
Después de esa mañana en la que Horacio y los guardias ven el fantasma, el rey Claudio pronuncia un discurso ante sus cortesanos para explicar su reciente boda con Gertrudis, la viuda de su hermano y madre del príncipe Hamlet. Claudio afirma que aún llora la muerte de su hermano, pero ha decidido equilibrar el duelo de Dinamarca con el gozo de la boda. Menciona que el joven Fortimbrás le ha escrito para exigirle con descaro la restitución de las tierras que el rey Hamlet ganó a su padre, y despacha a Cornelius y Voltimand con un mensaje para el rey de Noruega, el anciano tío de Fortimbrás.
Concluido su discurso, Claudio se dirige a Laertes, el hijo del lord chambelán, Polonio. Laertes expresa su deseo de regresar a Francia, donde se encontraba antes de volver a Dinamarca para la coronación de Claudio. Polonio le da permiso a su hijo y Claudio, jovialmente, también se lo concede a Laertes.
Dirigiéndose al príncipe Hamlet, Claudio le pregunta por qué “nubes oscuras aún se ciernen” sobre su cabeza, ya que Hamlet aún viste de luto (I.ii.66). Gertrudis lo insta a que se libere de ese “color de la noche”, a lo que él responde que su pena es tan honda que su adusta apariencia no es más que un pobre reflejo de ello (I.ii.68). Con tono paternal, Claudio declara que tarde o temprano todos los padres mueren y que todos los hijos deben sufrir esa pérdida. Cuando un hijo pierde a un padre, tiene el deber de llorarlo, pero hacerlo por demasiado tiempo es poco varonil e inapropiado. Claudio lo insta a que piense en él como en su padre, lo que le recuerda que está en línea de sucederle en el trono a su muerte.
Con esto en mente, Claudio dice que no quiere que Hamlet retome sus estudios en Wittenberg (donde había estado estudiando antes de la muerte de su padre), como Hamlet le ha pedido. Gertrudis está de acuerdo con su esposo y expresa su deseo de tenerlo cerca. Hamlet acepta obedecerla con rigidez y Claudio se muestra tan complacido con su decisión que dice que celebrará con festividades y cañonazos, una antigua tradición llamada “la aclamación del rey”. Luego le ordena a Gertrudis que lo siga y él la escolta fuera de la habitación seguido de la corte.
Cuando queda solo, Hamlet exclama que desea estar muerto, que podría evaporarse y dejar de existir. Desea amargamente que Dios no hubiera hecho del suicidio un pecado. Angustiado, lamenta la muerte de su padre y el apresurado matrimonio de su madre. Recuerda el profundo amor que parecían tenerse sus padres y maldice el pensamiento de que ahora, ni siquiera pasados dos meses de la muerte de este, su madre haya decidido casarse con su hermano, tan inferior a él.
Oh, Dios, ¡una fiera sin razón ni discurso lo habría llorado por más tiempo! Se ha casado con mi tío, hermano de mi padre, pero no más parecido a él que yo a Hércules. Se casó en tan solo un mes, antes de que la sal del más pérfido llanto se secara de sus ojos enrojecidos. ¡Ah! ¡Perversa precipitación por ir a ocupar con tal diligencia un lecho incestuoso! (I.ii.150–157)
Hamlet se calla de repente cuando Horacio entra a la sala, seguido de Marcelo y Bernardo. Horacio era muy amigo de Hamlet en la universidad de Wittenberg, y Hamlet, contento de verlo, le pregunta por qué ha dejado la universidad para viajar a Dinamarca. Horacio dice que ha venido por el funeral del rey Hamlet, a lo que el príncipe responde con sequedad que en lugar de eso ha de ver la boda de su madre. Horacio está de acuerdo en que los dos acontecimientos se sucedieron uno detrás del otro. Entonces le dice a Hamlet que él, Marcelo y Bernardo han visto lo que parece ser el fantasma de su padre. Atónito, Hamlet acepta vigilar con ellos esa noche, con la esperanza de poder hablar con la aparición.
Análisis
Mientras que en la primera escena se estableció una atmósfera oscura y fantasmal, Shakespeare dedica la segunda a la aparentemente jovial corte del recién coronado rey Claudio. Si la zona que rodea al castillo tiene un aura turbia de temor y ansiedad, los salones interiores están destinados al enérgico intento de desterrar dicha aura, ya que el rey, la reina y los cortesanos fingen con desesperación que no hay nada fuera de lo normal. Es difícil imaginar una dinámica familiar más enrevesada o una situación política más desequilibrada, pero Claudio, no obstante, predica una ética del equilibrio a sus cortesanos, comprometiéndose a mantener y combinar a partes iguales el dolor que siente por la muerte del rey y la alegría que siente por su boda.
A pesar de los esfuerzos de Claudio, la alegría de la corte parece superficial. Esto se debe en gran parte a que la idea de equilibrio que propone seguir no es natural. ¿Cómo podría ser posible equilibrar el dolor por la muerte de un hermano con la felicidad de casarse con la viuda de su hermano recién muerto? El discurso de Claudio está plagado de palabras, ideas y frases contradictorias, empezando por “Aunque reverdezca el recuerdo de Hamlet, nuestro difunto hermano” que empareja la idea de muerte y degradación con la del reverdecimiento, el crecimiento y la renovación (I.ii.1–2). Él también habla de “nuestra alguna vez hermana y ahora nuestra reina”, “alegría derrotada”, “ojos propicios y humedecidos”, “gozo en el funeral” y “tristeza en el matrimonio” (I.ii.8–12).
Estas ideas difícilmente se corresponden entre sí y Shakespeare se sirve de este discurso para presentarle al público una primera impresión incómoda de Claudio. Esta impresión negativa se acentúa cuando Claudio intenta adoptar un papel paternal hacia el angustiado Hamlet y le aconseja que deje de lamentarse por la muerte de su padre y se adapte a la nueva vida en Dinamarca. Por supuesto, Hamlet no quiere el consejo de Claudio y los motivos que este tiene para dárselos le son totalmente cuestionables, ya que, después de todo, Hamlet es quien tendría que haber heredado el trono si Claudio no se lo hubiera arrebatado.
El resultado de toda esta flagrante deshonestidad es que esta escena retrata una situación tan calamitosa como la de la primera. Mientras que la primera escena ilustra el miedo y el peligro sobrenatural que acechan a Dinamarca, la segunda insinúa la corrupción y la debilidad del rey y su corte. La escena también transmite la idea de que Dinamarca es, en cierto modo, una nación poco sólida, ya que Claudio declara que Fortimbrás erige sus planes de guerra “sobre una débil suposición de nuestro valor o pensando que por la muerte reciente de nuestro difunto hermano, nuestro Estado está desunido y desencajado” (I.ii.18–20).
El príncipe Hamlet, devastado por la muerte de su padre y traicionado por el matrimonio de su madre, se presenta como el único personaje que no está dispuesto a seguirle el juego al forzado intento de Claudio de fingir tener una corte real saludable. Por una parte, esto puede sugerir que es el único personaje sensato de la corte real, el único de alto rango que se siente ofendido por lo ocurrido tras la muerte de su padre. Por otro lado, sugiere que es alguien disconforme, alguien que se niega a seguir la corriente del resto de la corte en aras del bien mayor de la estabilidad.
En cualquier caso, Hamlet ya siente, como dirá Marcelo más tarde, que “algo huele a podrido en Dinamarca” (I.iv.67). También vemos que el precipitado nuevo matrimonio de su madre ha hecho pedazos su opinión sobre la feminidad (“Fragilidad, tu nombre es mujer”, grita en esta escena [I.ii.146]), un motivo que se desarrollará a través de su relación romántica con Ofelia y el deterioro de la relación con su madre.
Su soliloquio sobre el suicidio (“¡Oh, si esta carne tan sólida se derritiera, se descongelara y se disolviera en rocío!” [I.ii.129–130]) inicia lo que será una idea central en la obra. El mundo es un lugar doloroso en el que vivir, pero en el marco cristiano de la obra, si uno comete suicidio para evadirlo, queda condenado al sufrimiento eterno del infierno. La cuestión de la validez moral del suicidio en un mundo insoportablemente doloroso estará presente en el resto de la obra y alcanza el clímax de su urgencia en el pasaje más famoso de toda la literatura inglesa: “Ser o no ser: esa es la cuestión” (III.i.58).
En esta escena, Hamlet se centra principalmente en las deplorables condiciones de la vida y critica la corte de Claudio como “un jardín sin hierba, que crece hasta la semilla, que solo alberga lo más rancio y grosero de la naturaleza” (I.ii.135-137). A lo largo de la obra, asistimos al desmoronamiento gradual de las creencias en las que se ha basado la visión del mundo de Hamlet. Ya en este primer soliloquio, la religión le ha fallado y su trastornada situación familiar no puede ofrecerle consuelo.