Hamlet narra la historia de un personaje fatalmente indeciso e incapaz de elegir el mejor curso de acción para vengar la muerte de su padre, y en ello explora cuestiones como el destino frente al libre albedrío, si es mejor actuar con decisión o dejar que la naturaleza siga su curso, y, en última instancia, si algo de lo que hacemos en nuestro tiempo en la tierra marca alguna diferencia. En cuanto se entera de que su tío ha sido el asesino de su padre, Hamlet siente el deber de actuar con resolución, pero lo acechan tantas dudas sobre la situación y sobre sus propios sentimientos que no puede decidir cómo pasar a la acción. El conflicto que pone en movimiento la trama de Hamlet es prácticamente interno: Hamlet lucha con sus propias dudas e incertidumbres en busca de algo en lo que creer firmemente para poder actuar. Los acontecimientos de la obra son efectos colaterales de su lucha interna. Sus intentos por reunir más pruebas de la culpabilidad de Claudio ponen a este en alerta de sus sospechas y, a medida que su lucha interna se profundiza, comienza a actuar impulsivamente por frustración, lo que finalmente conduce al asesinato de Polonio por error. El conflicto de Hamlet nunca se resuelve: no logra decidir en qué creer ni qué curso de acción tomar. Esta falta de resolución conduce a tan horroroso desenlace: mueren casi todos sus personajes sin que nada quede resuelto. 

La obra expone a Hamlet en medio de tres crisis: su nación está asediada; su familia se desmorona; y él se siente profundamente infeliz. El fantasma del antiguo rey de Dinamarca se les aparece entre las almenas del castillo y los soldados que lo ven lo interpretan como un mal presagio para el reino. Discuten sobre los preparativos que se están haciendo contra la amenaza del príncipe noruego, Fortimbrás. La siguiente escena profundiza nuestra sensación de que Dinamarca está en crisis política, ya que Claudio prepara una estrategia diplomática para desviar la amenaza de Fortimbrás. También nos enteramos de que, por lo que respecta a Hamlet, su familia está en crisis: su padre ha muerto y su madre se ha casado con alguien que él desaprueba. Además, sufre una crisis interna. Gertrudis y Claudio están preocupados por su estado de ánimo, y en su primer soliloquio descubrimos que siente deseos de suicidarse: “Ojalá se derritiera también esta carne mancillada” (I.ii.). 

Las tres crisis del comienzo de la obra –en el reino, en la familia de Hamlet y en su mente– sientan las bases para el incidente desencadenante de la obra: la exigencia del fantasma de su padre de que Hamlet vengue su muerte. Hamlet acepta sin vacilar el deber de la venganza y el público también puede ver que ese acto permitirá resolver las tres crisis que abren la obra. Con el asesinato de Claudio, Hamlet podría derrocar a un rey débil e inmoral, salvar a su madre de lo que considera un mal enlace y ser nombrado rey de Dinamarca. En la presentación del incidente desencadenante, sin embargo, ya hay indicios de que su venganza se terminará desviando a causa de una lucha interna. El fantasma le advierte: “No empañes tu mente ni maquines nada contra tu madre” (I.v.). Cuando Horacio y Marcelo alcanzan a Hamlet después de la partida del fantasma, él ya está hablando de un modo tan trastornado que Horacio lo describe como “salvaje y vertiginoso” (I.v.), y Hamlet les dice que puede fingir luego estar “alterado” (I.v.). El público comprende que el conflicto que se avecina no será entre Hamlet y Claudio, sino entre Hamlet y su propia mente. 

Durante todo el Acto Segundo, la acción principal de la obra, Hamlet retrasa su venganza fingiendo estar loco. Nos enteramos por Ofelia de que este se comporta como si estuviera loco de amor por ella. Lo vemos burlarse de Polonio diciendo tonterías que contienen bromas indirectas y Hamlet les dice a Rosencrantz y Guildenstern que ha “perdido toda alegría” (II.ii.). Es recién al final del Acto Segundo cuando conocemos la razón de las tácticas dilatorias de Hamlet: no puede resolver lo que realmente siente hacia su deber de venganza. En primer lugar, nos dice, no se siente tan furioso y vengativo como cree que debería: “Yo[...]me siento como adormecido, impregnado de mi causa” (II.ii.). En segundo lugar, le preocupa que el Fantasma no fuera realmente un fantasma, sino un demonio que intenta engañarle. Decide que necesita más pruebas del crimen de Claudio: “Buscaré terrenos más seguros que este” (II.ii.). 

A medida que la acción asciende a su clímax, la lucha interna de Hamlet se profundiza hasta que empieza a dar señales de que realmente está enloqueciendo. Al mismo tiempo, Claudio comienza a sospechar de él, lo que genera una presión externa para actuar. Al comienzo del Acto Tercero, Hamlet se debate sobre si matarse o no: “Ser o no ser, esa es la cuestión” (III.i.) y a continuación lanza improperios misóginos contra Ofelia. Se siente particularmente molesto en relación con el papel que la mujer desempeña en el matrimonio y el parto: “¿Por qué quieres engendrar pecadores?” (III.i.), lo que le recuerda al público el rechazo que antes siente hacia su madre y hacia su nuevo casamiento. El inquietante desarrollo de los sentimientos misóginos de Hamlet nos lleva a preguntarnos en qué medida su deseo de matar a Claudio está alimentado por la necesidad de vengar la muerte de su padre y en qué medida está alimentado por el resentimiento por haberle arrebatado a su madre. Entretanto, Claudio, que está escuchando a hurtadillas el debate interno de Hamlet, sospecha que su locura representa “un peligro” (III.i.) y decide enviarlo lejos. A Hamlet se le empieza a acabar el tiempo para vengarse. 

La obra llega a su clímax cuando Hamlet pone en escena una representación teatral para “atrapar la conciencia del rey” (II.ii.) y obtener pruebas concluyentes de la culpabilidad de Claudio. A estas alturas, sin embargo, Hamlet parece haberse vuelto realmente loco. Su propio comportamiento en la obra es tan provocador que, cuando Claudio reacciona mal a la obra, no queda realmente claro si lo hace porque se siente culpable de su crimen o simplemente porque está enfadado con Hamlet. Mientras Claudio intenta rezar, Hamlet tiene otra oportunidad de vengarse, y nos enteramos de que su aparente locura no ha puesto fin a su debate interno: decide no matar a Claudio por ahora, esta vez por el riesgo de que este vaya al cielo si muere en oración. Hamlet acusa a Gertrudis de ser cómplice en la muerte de su padre, pero él actúa de forma tan errática que ella piensa que su hijo simplemente está “enloquecido [...] como el mar y el viento, cuando se disputan cuál de los dos es el más poderoso” (III.iv). Una vez más, el público no puede distinguir si Gertrudis dice estas líneas para encubrir su propia culpa o porque realmente no tiene ni idea de lo que está hablando Hamlet y cree que su hijo ha perdido la cabeza. En ese actuar impulsivo e insensato, Hamlet confunde a Polonio con Claudio y lo mata. 

En la acción descendente de la obra se desenvuelven las consecuencias de la muerte de Polonio: Hamlet es enviado lejos; Ofelia enloquece; y Laertes regresa de Francia para vengar la muerte de su padre. Cuando Hamlet regresa a Elsinore, ya no parece preocuparle la venganza, que apenas menciona a partir de este momento. Sin embargo, su lucha interna no ha terminado. Ahora Hamlet contempla la muerte, pero es incapaz de llegar a una conclusión sobre su significado o propósito, y de resignarse a su propia muerte. No obstante, se muestra menos aprensivo a la hora de matar a inocentes y le cuenta a Horacio cómo firmó las sentencias de Rosencranz y Guildenstern para salvar su propia vida. Claudio y Laertes planean matar a Hamlet, pero fracasan. Gertrudis muere envenenada por error; Laertes y Hamlet son envenenados; y, agonizante, Hamlet asesina finalmente a Claudio. La venganza no pone fin a la lucha interna del personaje, que aún tiene mucho que decir: “Si tuviera tiempo [...] Oh, podría contártelo, pero olvídalo” (V.ii.) y le pide a Horacio que cuente su historia cuando ya esté muerto. En los momentos finales de la obra, el nuevo rey, Fortimbrás, accede a dicho encargo: “Oigámosla sin dilación» (V.ii.). La vida de Hamlet ha terminado, pero no así la lucha por decidir la verdad sobre él y su vida.