Resumen 

Romeo, Benvolio y su amigo Mercucio, enmascarados, se reúnen con otro grupo de invitados de camino al banquete de los Capuleto. Aún melancólico, Romeo se pregunta cómo podrán colarse en la fiesta, ya que son Montesco. Cuando hacen caso omiso a su preocupación, afirma que no bailará en toda la noche. Mercucio empieza a burlarse de él con ternura, y transforma todas sus declaraciones de amor en metáforas sexuales. Romeo se rehúsa a participar en sus tonterías y explica que en un sueño se enteró de que ir al banquete es una mala idea. 

Mercucio responde con un largo discurso sobre la reina Mab de las hadas, que visita a la gente en sueños. El discurso comienza como una fábula, pero Mercucio queda como en trance y se cuela una amarga y ferviente tensión. Romeo interviene para detener el discurso y calmarlo. Mercucio admite que ha estado hablando sin sentido y señala que los sueños no son más que “los hijos de una mente ociosa” (1.4.97). 

Benvolio vuelve a centrar su atención en llegar al banquete y Romeo expresa una última preocupación: tiene el presentimiento de que los eventos de esa noche desencadenen la acción del destino y terminen en una muerte prematura. Pero al ponerse en manos de “quien tiene el timón de mi rumbo”, se reanima y prosigue su camino al banquete junto a sus amigos (1.4.112). 

Análisis 

Puede que esta escena parezca innecesaria. Como espectadores, ya sabemos que Romeo y sus amigos se dirigen al baile. Ya sabemos también que Romeo es melancólico y Benvolio más pragmático. La escena tampoco ofrece directamente una exposición o progresión de la trama. 

Sin embargo, la escena incrementa la sensación general de lo predestinado a través de la declaración de Romeo de que los acontecimientos de la noche lo conducirán a una muerte prematura. El público, por supuesto, sabe que sufrirá una muerte prematura. Cuando Romeo se entrega a “quien tiene el timón de mi rumbo”, el público siente aún más las ataduras del destino  (1.4.112). 

Esta escena también sirve como presentación del inteligente, rebuscado y fascinante Mercucio. Con juegos de palabras a diestro y siniestro, parece que le salen tan fácilmente como respirar. Este personaje se define como un amigo que puede, con mayor o menor gentileza, burlarse de Romeo como nadie más puede hacerlo. Aunque concienzudo, Benvolio no tiene tanta agudeza de ingenio para actuar como aquel. Con su discurso y su risa desenfrenada, Mercucio se muestra como un hombre de excesos, de pasiones de otra naturaleza de las que mueven a Romeo hacia el amor o a Teobaldo hacia el odio. Las pasiones de estos están fundadas en la aceptación de dos ideales diferentes fomentados por la sociedad: la tradición poética del amor y su importancia. Mercucio no cree en ninguno. 

En efecto, Mercucio contrasta con todos los demás personajes de Romeo y Julieta porque es capaz de ver a través de la ceguera causada por la aceptación incondicional de los ideales sancionados por la sociedad: deshace la retórica del amor que Romeo adopta con tanto entusiasmo, del mismo modo que se burla de la fastidiosa adhesión de Teobaldo a las modas del momento. No es casualidad que Mercucio sea el maestro del juego de palabras en esta obra, ya que esto representa un desfasaje, o giro, del significado de una palabra. Esa palabra, que antes significaba una cosa, de repente adquiere otras interpretaciones y, por tanto, se vuelve ambigua. Del mismo modo que Mercucio puede ver en las palabras otros significados, generalmente degradados, también puede comprender que los ideales que defienden sus amigos tienen origen en deseos menos elevados de lo que a nadie le gustaría admitir. 

El discurso de Mercucio sobre la reina Mab (Queen Mab) es uno de los más famosos de la obra. La reina Mab, que lleva sueños a la gente, parece estar ligeramente basada en figuras de la mitología celta pagana que antecedieron a la llegada del cristianismo en Inglaterra. Sin embargo, el nombre conlleva un significado más profundo. Las palabras quean y mab hacían referencia a prostitutas en la Inglaterra isabelina. En Queen Mab, entonces, Mercucio crea una especie de juego de palabras conceptual: alude a una tradición mitológica poblada de hadas y la une a una referencia a las prostitutas. Combina la idea infantil de las hadas con una visión mucho más oscura de la humanidad. 

El discurso en sí mismo revela la dicotomía de inocencia y salvajismo. A un niño le encantaría la descripción que hace Mercucio de un mundo de hadas repleto de carruajes hechos de nuez y corceles de insectos, sus historias de un hada que trae sueños a la gente cuando duermen. Pero si miramos de cerca esos sueños, Queen Mab adapta los sueños a cada persona y estos parecen descender de la depravación y brutalidad más profundas: los amantes sueñan con amar; los abogados sueñan con casos judiciales y con hacer dinero; los soldados sueñan con “cortar gargantas extranjeras” (1.4.83). Hacia el final del discurso, Queen Mab es la “bruja” que les enseña a las vírgenes a tener sexo. El cuento de hadas infantil se ha convertido en algo mucho, mucho más oscuro, aunque esta oscura visión es un retrato fiel de la sociedad. 

El personaje de Mercucio, con todo su atractivo cómico, puede interpretarse como una visión alternativa a la gran tragedia que es Romeo y Julieta. “Hablas sin decir nada”, le dice Romeo para llevarlo a que ponga fin al discurso de la reina Mab (1.4.96). Mercucio lo reconoce y dice que los sueños “son los hijos de una mente ociosa” (1.4.98). Pero ¿acaso las visiones amorosas de Romeo no son sueños? ¿Las fantasías de Teobaldo sobre su perfecta propiedad y posición social no cuentan como sueños? ¿Y qué hay de los sueños de fray Lorenzo de traer la paz a Verona? Según Mercucio, todos estos deseos son “hijos de una mente ociosa”. Todos son delirios. Su comentario puede interpretarse como un aguijonazo a las grandes pasiones idealistas de amor y lealtad familiar que animan la obra. El discurso de la reina no desinfla en absoluto la gran tragedia ni los ideales románticos de Romeo y Julieta, sino que les añade el subtexto de un juego de palabras, ese reverso oscuro que ofrece una versión alternativa de la realidad.