Resumen 

John Proctor se sienta a cenar con su esposa, Elizabeth. Mary Warren, su criada, se ha ido a los juicios por brujería en desobediencia de la orden que le había dado Elizabeth de no salir de la casa. Ahora hay catorce personas en prisión. Si estas brujas acusadas no confiesan, serán colgadas. A quienquiera que nombren Abigail y su tropa durante su histeria religiosa, lo arrestan por haber embrujado a las niñas. 

Proctor apenas puede creer la locura y le cuenta a Elizabeth que Abigail ha jurado que su baile no tiene nada que ver con brujerías. Elizabeth quiere que él testifique que las acusaciones son falsas, pero él le dice que no puede probarlo porque Abigail le contó esa información mientras estaba a solas con él en la habitación. Al escuchar que ha estado a solas con la joven, Elizabeth pierde toda fe en su marido. Proctor le pide que deje de juzgarlo, que siente como si su casa fuera un tribunal, a lo que Elizabeth responde que el verdadero tribunal está en su propio corazón. 

Cuando Mary Warren regresa a casa, le regala a Elizabeth una muñeca que ha confeccionado en el tribunal. Informa que por el momento hay treinta y nueve acusados. John y Mary empiezan a discutir sobre si Mary puede seguir asistiendo a los juicios. Él amenaza con azotarla y Mary declara que ese día le ha salvado la vida a Elizabeth. Aparentemente, su nombre apareció entre los acusados (aunque Mary no menciona al acusador) y ella ha salido en su defensa. Proctor le ordena que se vaya a dormir, pero ella le exige que deje de darle órdenes. Entretanto, Elizabeth está convencida de que fue Abigail quien la ha acusado de brujería, para ocupar su lugar en la cama junto a John. 

Hale visita a los Proctor porque quiere hablar con todas las personas que se han nombrado en relación con la brujería. Viene de visitar a Rebecca Nurse. Cuando Hale procede al interrogatorio acerca del carácter cristiano del hogar los Proctor, se da cuenta de que no han asistido regularmente a la iglesia y que el hijo menor aún no está bautizado. Proctor explica que no le agrada la teología particular de Parris y entonces Hale le pide que recite los Diez Mandamientos. Proctor acepta, pero se olvida del mandamiento que prohíbe el adulterio. 

A instancias de Elizabeth, Proctor le informa a Hale que Abigail le dijo que la enfermedad de las niñas no tenía nada que ver con la brujería. Sorprendido, Hale replica que muchas ya se han confesado. Proctor señala, entonces, que las habrían mandado a la horca sin confesión. Giles y Francis llegan corriendo a la casa de Proctor exclamando que han arrestado a sus esposas. A Rebecca la han acusado de los asesinatos sobrenaturales de los bebés de la Sra. Putnam. Un hombre le compró un cerdo a Martha Corey y el animal murió poco después; él pidió su dinero de regreso, pero ella se negó diciendo que él no supo cuidarlo. A partir de ese día, todos los cerdos que compró se murieron y ahora la acusa de haberlo embrujado para que no pudiera mantener uno vivo. 

Ezekiel Cheever y Herrick, el alguacil del pueblo, llegan con una orden de arresto para Elizabeth. Hale está sorprendido porque, según el último rumor, no la habían acusado de nada. Cheever le pregunta a Elizabeth si tiene en su posesión alguna muñeca y Elizabeth responde que no ha tenido muñecas desde su infancia. Cheever ve la muñeca que le ha regalado Mary Warren y, tras inspeccionarla, encuentra una aguja en su interior. Cheever relata que esa noche durante la cena en casa de Parris, Abigail tuvo un ataque. Parris encontró una aguja en su abdomen y Abigail la acusó de brujería. Elizabeth hace bajar a Mary. Mary les informa a los inquisidores que la muñeca la confeccionó ella mientras estaba en el tribunal y que ella misma clavó la aguja. 

Cuando se la llevan a Elizabeth, Proctor se sale de sus casillas y rompe la orden de arresto. Le pregunta a Hale por qué los acusados siempre se consideran inocentes. Hale, en tanto, se muestra cada vez menos seguro de las acusaciones de brujería. Proctor le dice a Mary que tiene que testificar en la corte que fue ella quien hizo la muñeca y le clavó la aguja, pero Mary declara que Abigail la matará si ella dice eso y que eso solo llevará a que Abigail lo acuse de lascivia. Proctor no puede creer que Abigail le haya contado a Mary sobre su aventura, pero le exige que testifique a pesar de la amenaza. Mary grita de forma histérica que no puede hacerlo. 

Análisis 

Abigail y su tropa han alcanzado un nivel de poder y autoridad extremadamente inusual para ser jóvenes solteras en una comunidad puritana. Tienen el poder de destruir con meras acusaciones las vidas de los demás, entre los cuales también se encuentran figuras ricas e influentes. Mary Warren está tan imbuida de su nuevo poder que se siente capaz de desafiar la autoridad que Proctor asume tener sobre ella. Invoca su propio poder como funcionaria del tribunal, algo que Proctor no puede negar con facilidad. 

A Proctor lo empieza a corroer su sentimiento de culpa. Sabe que puede acabar con Abigail y su reino del terror, pero teme por su buena reputación si se llega a revelar el pecado secreto de su adulterio. La presión de su propia culpa hace que se sienta juzgado y Elizabeth tiene razón cuando le dice que el juez despiadado que lo persigue es él mismo. Proctor siente una gran aversión por la hipocresía y, en este caso, juzga su propia hipocresía con la misma dureza que la de los demás. 

El profundo dilema de Proctor de si exponer o no su propio pecado para acabar con Abigail se complica cuando Hale decide visitar a todos los que estén remotamente relacionados con las acusaciones de brujería. Hale quiere determinar el carácter de cada uno de los acusados a la luz de estándares cristianos. Su invasión del espacio doméstico en nombre de Dios revela la naturaleza intrínseca de los juicios, es decir, arrancar de raíz los pecados ocultos y sacarlos a la luz. Toda mínima desviación de la doctrina es razón suficiente de sospecha. Proctor intenta probar el carácter recto de su hogar recitando los Diez Mandamientos. No obstante, como se olvida de mencionar el adulterio, tal como “se le ha olvidado” durante su aventura con Abigail, no solo deja en evidencia su deficiente moralidad cristiana, sino que además sugiere la posibilidad de que todo su hogar haya sucumbido a las influencias malignas del Diablo y la brujería. 

Cuando Proctor pregunta indignado por qué a los acusadores siempre se los considera automáticamente inocentes, se refiere al atractivo propio de hablar del lado de los acusadores. Muchas de las acusaciones se han producido mediante la confesión ritual de culpabilidad: uno se confiesa culpable y luego demuestra su “inocencia” acusando a otros. Desde esta perspectiva, la parte acusadora goza de una posición privilegiada de virtud moral. Proctor lamenta la falta de evidencia contundente, pero como es natural (Danforth lo señala más adelante) en los delitos sobrenaturales, los estándares de las pruebas no son tan rígidos ni rápidos. La única “prueba” es la palabra de las supuestas víctimas de brujería. Por ende, negar las acusaciones de estas víctimas sería como negar la existencia de la brujería en sí, un concepto herético. Por lo tanto, mientras que aquellos que se ponen del lado de los acusadores pueden gozar de la misión de cumplir la voluntad de Dios al erradicar la obra del Diablo, lo cual los autoabsuelve, quienes los confrontan están amenazando los propios cimientos de la sociedad de Salem. 

Entretanto, Hale transita una crisis interna. Es evidente que disfrutó que lo convocaran a Salem porque lo hizo sentirse un experto. El placer que encuentra en los juicios proviene de su posición privilegiada de autoridad a la hora de definir culpables e inocentes. Sin embargo, su sorpresa al enterarse de la detención de Rebeca y de la orden de arresto contra Isabel revela que Hale ya no tiene el control del proceso. El poder ahora está en manos de otros y, a medida que la locura se expande, Hale empieza a dudar de su justicia esencial.