Resumen del Capítulo 10
A la mañana siguiente, Ralph y Piggy se reúnen en la playa. Están magullados y doloridos, y se sienten profundamente avergonzados e incómodos por su comportamiento de la noche anterior. Piggy, que es incapaz de afrontar su papel en la muerte de Simón, atribuye la tragedia a un mero accidente. Ralph, en cambio, se aferra a la caracola con desesperación y se ríe de forma histérica, insistiendo en que han sido partícipes de un asesinato. Piggy niega la acusación entre sollozos. Los dos están prácticamente solos; todos, excepto Sam y Eric y un puñado de chiquitines, se han ido a la tribu de Jack, que ahora tiene su cuartel general en Castle Rock, la montaña de la isla.
Allí, Jack gobierna con poder absoluto. Los chicos sufren castigos sin motivo aparente: Jack ata y golpea a un chico llamado Wilfred y luego les advierte a todos que tengan cuidado con Ralph y su grupito, que son un peligro para la tribu. Todos ellos, Jack incluido, parecen creer que Simón era realmente la bestia y que esta es capaz de asumir cualquier disfraz. Jack afirma que deben seguir protegiéndose de la bestia, ya que nunca está realmente muerta. Dice que él y otros dos cazadores, Maurice y Roger, deben asaltar el campamento de Ralph para obtener más fuego y que volverán a cazar por la mañana.
En el campamento de Ralph, los chicos se quedan dormidos, deprimidos y sin interés en la señal de fuego. Ralph duerme atormentado por las pesadillas. Entonces, los despiertan los aullidos y alaridos de un grupo de cazadores de Jack que los ataca. Los cazadores golpean a Ralph y a sus compañeros, que ni siquiera entienden la razón del ataque, ya que les habrían compartido fuego de buen grado. Pero Piggy descubre por qué: los cazadores le han robado sus anteojos y, con esto, el poder de hacer fuego.
Análisis del Capítulo 10
En el período de relativa calma que sigue al asesinato de Simón, vemos que la dinámica de poder ha cambiado completamente hacia el bando de Jack. La situación que estaba latente ahora llega a su punto de ebullición: el poder de Jack sobre la isla es total y Ralph queda marginado, sujeto a los caprichos de aquel. A medida que la civilización y el orden se han ido erosionando, también lo han hecho el poder y la influencia de Ralph, hasta el punto de que ninguno de los chicos se opone cuando Jack lo declara enemigo de la tribu. A medida que el poder de Jack alcanza su punto cúlmine, las figuras de la bestia y el Señor de las Moscas adquieren relevancia.
Del mismo modo, a medida que el poder de Ralph llega a su punto más bajo, la influencia e importancia de otros símbolos de la novela, como la caracola y los anteojos de Piggy, también se desvanecen. A la mañana siguiente, mientras Ralph y Piggy discuten el asesinato de Simón, Ralph se aferra a la caracola como consuelo, pero el que fuera un poderoso símbolo de orden y civilización es ahora inútil. Aquí, Ralph se aferra a ella como vestigio de la civilización, pero al desvanecerse su poder simbólico, la caracola pasa a ser un mero objeto, al igual que la señal de fuego, que ya no puede reconfortarlo. Los anteojos de Piggy, otro gran símbolo de la civilización, han caído en manos de Jack, de modo que su nuevo control sobre la capacidad de hacer fuego subraya su poder sobre la isla y la desaparición de las esperanzas de rescate.
Las diversas reacciones de los chicos ante la muerte de Simón exhiben mucho sobre su carácter. A Piggy, acostumbrado a tener razón gracias a su agudo intelecto, le resulta imposible aceptar la culpa por lo ocurrido y, en cambio, se dispone a racionalizar su papel en el asunto. Ralph se niega a aceptar su racionalización simplista de que la muerte de Simón fue accidental e insiste en que se trató de un asesinato. Sin embargo, la palabra asesinato, un término asociado al sistema racional de la ley y a un código moral civilizado, parece estar ahora extrañamente en desacuerdo con la locura colectiva del acto. La extrañeza de la palabra en el contexto del salvajismo de la isla nos recuerda lo mucho que se han alejado en el espectro moral de aquella época en la que se sentían obligados a respetar las reglas de los adultos.
Jack, por su parte, se ha convertido en un experto en manipular el miedo a la bestia para incrementar su propio poder sobre los chicos. La afirmación de que Simón era realmente la bestia implica que los chicos comprenden mejor la verdad en su frenética sed de sangre que en sus momentos más tranquilos de reflexión. Viniendo de Jack, esta conclusión no es sorprendente, ya que parece casi adicto a ese estado de sed de sangre y frenesí. Su habilidad para convencer a los demás de que el estado de sed de sangre es una forma válida de interactuar con el mundo debilita aún más el sentido de la moralidad en ellos, lo que le permite manipularlos con mayor facilidad.