Resumen: Acto Quinto, Escena i 

En el cementerio, dos sepultureros cavan la fosa para Ofelia. Discuten sobre si debe ser enterrada en el cementerio, ya que su muerte parece un suicidio. Según la doctrina religiosa, los suicidas no pueden recibir cristiana sepultura. El primer sepulturero, que habla con astucia y picardía, le plantea un acertijo al segundo, diciéndole: “¿Quién construye algo más sólido que el albañil, el constructor de barcos o el carpintero?”. (V.i.46-47). El segundo sepulturero responde que debe ser el fabricante de horcas, pues su armazón sobrevive a más de mil inquilinos. El primer sepulturero lo corrige, diciendo que es el sepulturero, pues sus “casas” durarán hasta el Juicio Final. 

Hamlet y Horacio entran y se quedan a la distancia, observando el trabajo de los dos hombres. Hamlet mira con asombro las calaveras que excavan para hacer lugar para la nueva tumba y especula con tono sombrío sobre qué ocupaciones habrán llevado a cabo en vida: “¿Por qué no podría ser ese el cráneo de un abogado? ¿Dónde quedaron ahora sus sutilezas?” (V.i.90–91). Hamlet le pregunta al sepulturero de quién es la tumba que está cavando, y el sepulturero inicia una disputa verbal con él, primero afirmando que la tumba es suya, puesto que él la está cavando; luego, que la tumba no pertenece a ningún hombre ni a ninguna mujer, porque los hombres y las mujeres son seres vivos y ocupan la tumba cuando están muertos; por fin, admite que pertenece a una “que fue mujer, señor; pero, que en paz descanse, ha muerto”  (V.i.146). El sepulturero, que no reconoce a Hamlet, le dice que ha sido sepulturero desde que el rey Hamlet derrotó en batalla al anciano Fortimbrás, el mismo día en que nació el joven príncipe. Hamlet toma una calavera y el sepulturero le dice que perteneció a Yorick, el bufón del rey Hamlet. Hamlet le cuenta a Horacio que de niño conoció a Yorick y se horroriza al ver su calavera. Se da cuenta forzosamente de que todos los hombres terminarán siendo polvo, incluso los grandes hombres como Alejandro Magno y Julio César. Hamlet imagina que Julio César se ha desintegrado y que ahora forma parte del polvo que se utiliza para emparchar una pared. 

De pronto, ingresa al cementerio la procesión fúnebre por Ofelia, en la que participan Claudio, Gertrudis, Laertes y muchos cortesanos de luto. Hamlet, sin saber quién ha muerto, se da cuenta de que los ritos funerarios parecen “mancillados”, lo que indica que el difunto se ha quitado la vida (V.i.242). Mientras la procesión se acerca a la tumba, él se esconde junto a Horacio y se da cuenta de que es Ofelia quien ha muerto cuando la depositan en tierra. En ese instante, Laertes se enfurece con el sacerdote, porque este dice que darle a Ofelia un entierro cristiano sería profanar a los muertos. Laertes salta a la tumba para abrazarla una vez más. Afligido e indignado, Hamlet irrumpe en el entierro y declara con furia agonizante su propio amor por la joven. Salta a la tumba y lucha con Laertes, jactándose de que “cuarenta mil hermanos no podrían, con todo su amor, equipararse al suyo” (V.i.254-256). Hamlet grita que haría cosas por Ofelia que Laertes no podría soñar: se comería un cocodrilo por ella, sería enterrado vivo con ella. Los combatientes son separados por la compañía fúnebre. Gertrudis y Claudio declaran que Hamlet está loco y este se marcha con Horacio. El rey insta a Laertes a ser paciente y a recordar su plan de venganza. 

Análisis 

Los sepultureros son designados como clowns (“payaso”) en las acotaciones, pero es importante señalar que, en la época de Shakespeare, la palabra clown se refería a una persona rústica o campesina, y no significaba que la persona en cuestión fuera graciosa o llevara un disfraz. 

Los sepultureros representan un tipo humorístico habitual en las obras de Shakespeare: el plebeyo inteligente que desafía a su superior social con el ingenio. En el Globe Theater, este tipo de personaje puede haber atraído especialmente a los plebeyos, los miembros del público que no podían permitirse asientos y, por tanto, permanecían en el suelo. Aunque estas figuras suelen encarnar la alegría, en esta escena los sepultureros asumen un tono más bien macabro, ya que sus bromas y burlas se hacen en un cementerio, entre las osamentas de los muertos. Su conversación sobre Ofelia, sin embargo, fomenta un tema importante en la obra: la cuestión de la legitimidad moral del suicidio bajo la ley teológica. Mediante una interpretación teñida de humor negro, Shakespeare hace esencialmente una parodia grotesca del anterior soliloquio de Hamlet “Ser o no ser” (III.i), lo que marca el devenir de todo valor duradero en la obra en incertidumbre y absurdo. 

La confrontación de Hamlet con la muerte, que se manifiesta principalmente cuando ve el cráneo de Yorick, es otra de las imágenes perdurables de la obra, junto con la imagen de la muerte de Ofelia. Sin embargo, deja su solmene teorización para entregarse al dolor y la rabia al ver la procesión fúnebre de la joven y para atacar a Laertes, lo que ofrece un atisbo de lo que pudieron ser sus verdaderos sentimientos hacia ella. El apasionado abrazo de Laertes a la difunta Ofelia vuelve a insinuar el sutil motivo del incesto que planea sobre su relación de hermanos. Curiosamente, Hamlet nunca expresa un sentimiento de culpa por la muerte de Ofelia, que él causó indirectamente al asesinar a Polonio. El apasionado abrazo de Laertes a la difunta Ofelia vuelve a insinuar el sutil motivo del incesto que se cierne sobre su relación fraterna. Hamlet tampoco expresa sentimientos de culpa por la muerte de Polonio. En efecto, la única instancia en la que se acerca a asumir la responsabilidad de su muerte se da en la siguiente y última escena, cuando se disculpa ante Laertes antes del duelo y adjudica el crimen a su “locura”. Esto parece totalmente inapropiado, ya que ha insistido en que solo fingía estar loco, pero, del mismo modo, esperar integridad moral en un personaje tan problemático como Hamlet sería igual de improbable. A fin de cuentas, los rasgos que lo definen son el dolor, el miedo y los conflictos consigo mismo. Si asumiera toda la responsabilidad por las consecuencias de la muerte de Polonio, probablemente no sería capaz de soportar el tormento psicológico de la culpa. 

En esta escena se presenta también el motivo menor de su obsesión por el aspecto físico de la muerte. Si bien muchos de sus pensamientos sobre la muerte tienen que ver con sus consecuencias espirituales—por ejemplo, los tormentos después de la muerte—, muestra una especie de fascinación por la descomposición física del cuerpo. Esto se vuelve más evidente en su preocupación por el cráneo de Yorick, cuando visualiza a partir de los huesos aquellos rasgos físicos que se han degradado, como labios y piel. Recordemos que antes le había comentado a Claudio que el cuerpo de Polonio estaba en una cena, porque se lo estaban comiendo los gusanos (IV.iii). También se muestra fascinado por el efecto igualador de la muerte y la descomposición: grandes hombres y mendigos terminan convertidos en polvo. En esta escena, imagina que el polvo del cadáver descompuesto de Julio César se usa para remendar un muro; antes, en el Acto Cuarto, había observado: “Puede que un hombre llegue a pescar con el gusano que se ha alimentado de un rey y luego comerse el pescado que se ha alimentado de ese gusano”, una metáfora que ilustra “cómo un rey puede terminar en las tripas de un mendigo” (IV.iii.26–31).