Resumen del Acto Tercero, Escena ii
Esa noche, en el salón del castillo que ahora haces las veces de teatro, Hamlet les da instrucciones ansiosas a los actores sobre cómo interpretar los papeles que ha escrito para ellos. Polonio aparece junto con Rosencrantz y Guildenstern, y Hamlet los envía a que apuren a los actores en sus preparativos. Luego, entra Horacio y Hamlet, complacido de verlo, lo elogia efusivamente expresando su afecto y la alta opinión que tiene de su pensamiento y modales, en especial de sus cualidades de autocontrol y reserva. Luego de contarle a Horacio lo que se enteró por medio del fantasma —que Claudio asesinó a su padre—, le pide que observe al rey atentamente durante la obra para que luego puedan comparar sus impresiones. Horacio acepta y dice que, si Claudio muestra algún indicio de culpabilidad, él lo percibirá.
El público de damas y caballeros comienza a ingresar a la sala al son de las trompetas que interpretan una marcha danesa. Hamlet le advierte a Horacio que lo verá comportarse de manera extraña y, tal como anticipó, cuando Claudio le pregunta cómo está, le responde con algo descabellado: “Excelente, como el camaleón me alimento de aire, de esperanzas” (III.ii.84–86). Hamlet lo interroga a Polonio sobre su pasado como actor y atormenta a Ofelia con una serie de insinuaciones eróticas.
Entran los actores y representan una breve versión muda de la obra que vendrá, llamada “pantomima”. En dicha pantomima, un rey y una reina profesan su amor. La reina se retira para que el rey duerma y, mientras duerme, un hombre lo asesina vertiendo veneno en su oreja. El asesino intenta seducir a la reina, que poco a poco acepta sus insinuaciones.
Cuando los actores pasan a la representación propiamente dicha, nos enteramos de que el hombre que mata al rey es su sobrino. A lo largo de la obra, Hamlet sigue comentando los personajes y sus acciones, y continúa burlándose de Ofelia con indirectas sexuales. Cuando el asesino vierte el veneno en el oído del rey dormido, Claudio se levanta y grita pidiendo luz. Se produce un caos y la obra se detiene de repente, se encienden las antorchas y el rey huye de la sala, seguido por el público. Cuando la escena retoma la calma, Hamlet se queda solo con Horacio.
Hamlet y Horacio están de acuerdo en que el comportamiento del rey es revelador. Hamlet, ahora muy excitado, sigue actuando de forma frenética y atolondrada, habla con ligereza e inventa breves poemas. Entonces llegan Rosencrantz y Guildenstern para decirle a Hamlet que lo buscan en los aposentos de su madre. Rosencrantz vuelve a preguntar por la causa del “trastorno” de Hamlet, y este los acusa enfadado de intentar tocarlo como si fuera un instrumento musical. Polonio ingresa para acompañarlo ante la reina, pero Hamlet le dice que irá en un momento y le pide un instante a solas. Se prepara para hablar con su madre, decidido a ser brutalmente sincero con ella, pero sin perder el control de sí mismo: “Le clavaré el puñal con mis palabras, pero no con mi mano” (III.ii.366).
Análisis
En las primeras dos escenas del Acto Tercero, tanto Hamlet como Claudio urden trampas para develar los secretos del otro: Claudio espía a Hamlet para develar la verdadera causa de su locura y Hamlet intenta “atrapar la conciencia del rey” en el teatro (III.i.582). La obra dentro de la obra cuenta la historia de Gonzago, duque de Viena, y su esposa, Baptista, que se casa con su sobrino asesino, Luciano. Hamlet cree que la obra es una oportunidad para establecer una base más firme de la culpabilidad de Claudio que las afirmaciones del fantasma. Como no tiene manera de saber si creer o no a una entidad del mundo de los espíritus, intenta determinar si Claudio es culpable observando su comportamiento en busca de indicios de su estado psicológico de culpabilidad.
Aunque Hamlet se regocija por el éxito de su estratagema, la interpretación de la reacción de Claudio no es tan sencilla como parece. En primer lugar, Claudio no reacciona ante la pantomima que imita exactamente las acciones de las que el fantasma acusa a Claudio, sino que reacciona ante la propia obra, que, a diferencia de la pantomima, deja en claro que el rey es asesinado por su sobrino. ¿Claudio reacciona ante la confrontación con sus propios crímenes o ante una obra sobre el asesinato del tío patrocinada por su sobrino loco? ¿O simplemente tiene una indigestión?
En esta escena, Hamlet parece estar más en control de su propio comportamiento que en la escena anterior, como demuestran los vanos intentos de manipulación de Rosencrantz y Guildenstern, y su conversación sincera con Horacio. Incluso expresa admiración y afecto por la serenidad de Horacio, cuya carencia hace su punto más débil: “Dame a un hombre que no sea esclavo de la pasión y lo llevaré en lo profundo de mi corazón, ay, en el corazón del corazón, como a ti” (III.ii.64–67). En esta escena, parece demostrar que después de todo no estaba realmente loco, dada la facilidad con la que alterna entre un comportamiento salvaje y errático, y otro centrado y cuerdo. Está exaltado, pero es coherente durante su conversación con Horacio antes de la obra. Sin embargo, en cuanto entran el rey y la reina, empieza a actuar como un demente, señal de que solo está fingiendo.
Su único comportamiento cuestionable en esta escena radica en sus groseros comentarios a Ofelia, que lo muestran capaz de una auténtica crueldad. Su misoginia ha traspasado los límites de lo racional y cada uno de sus comentarios está impregnado de insinuaciones sexuales. Por ejemplo, ella comenta: “Eres sagaz, mi señor, eres sagaz”, felicitándolo por su agudo intelecto, a lo que él responde: “Solo te costaría un gemido sacarme filo” (III.ii.227-228). Su diálogo con Ofelia es un mero preludio de la furia apasionada que desatará sobre Gertrudis en la escena siguiente.