Resumen del Acto Segundo: Escena 1
Banquo y su hijo Fleance recorren el salón del castillo de Macbeth a la luz de las antorchas. Fleance dice que ya es más de medianoche y su padre le dice que si bien es tarde, prefiere permanecer despierto porque sus sueños le han inspirado últimamente “pensamientos malditos” (2.1.8). Entra Macbeth y Banquo se sorprende de verlo aún despierto. Banquo dice que el rey duerme y menciona que ha tenido un sueño con las “tres extrañas hermanas”. Cuando Banquo sugiere que las brujas le han revelado “algo de verdad” a Macbeth, este dice que no ha vuelto a pensar en eso desde aquel encuentro (2.1.19–20) y acuerdan discutir el asunto de la profecía en otro momento.
Cuando Banquo y Fleance se retiran, Macbeth ve de pronto en la oscuridad una daga que flota en el aire ante él, con la empuñadura hacia su mano y el filo hacia el rey. Macbeth intenta en vano tomar el arma y se pregunta si es real o es una “daga mental, una falsa creación proveniente del cerebro oprimido por la presión” (2.1.38–39). Mientras sigue contemplando la daga, cree ver sangre en la hoja, y luego decide abruptamente que la visión no es más que una manifestación de su inquietud por matar a Duncan. La noche circundante parece cargada de horror y brujería, pero Macbeth se pone firme y resuelve terminar su sangriento trabajo. Suena una campana, señal de Lady Macbeth de que los chambelanes están dormidos, y Macbeth se dirige a la recámara de Duncan.
Resumen del Acto Segundo, Escena 2
Cuando Macbeth se retira del salón, entra su esposa comentando su osadía. Se imagina que Macbeth está asesinando al rey en ese preciso instante en que ella habla. Al oír su grito, teme que los chambelanes se hayan despertado y dice que no pude entender cómo pudo haber fallado, cuando ella misma le dejó preparadas las dagas de los chambelanes. Afirma que ella misma habría matado al rey en ese mismo momento, “si no lo hubiera visto tan parecido a su padre mientras dormía” (2.2.12–13). Macbeth aparece con las manos bañadas en sangre y dice que el hecho está consumado. Muy agitado, dice que oyó a los chambelanes despertarse y pronunciar sus oraciones antes de volverse a dormir. Cuando dijeron “amén”, él también intentó decirlo, pero la palabra se le quedó atragantada. Añade que mientras cometía el asesinato, creyó escuchar una voz que le decía: “No duermas más, Macbeth asesina dormido” (2.2.33–34).
Al principio, Lady Macbeth intenta tranquilizar a su marido, pero se enfada cuando se da cuenta de que este ha olvidado dejar las dagas con los chambelanes dormidos para inculparlos del asesinato de Duncan. Él se niega a volver a entrar a la recámara, así que ella misma se encarga de llevar las dagas, diciendo que sentiría vergüenza de ser tan cobarde como él. Cuando se retira, Macbeth oye unos misteriosos golpes a la puerta. Se asusta con el portentoso ruido y se pregunta desesperado: “¿Podrá el vasto océano de Neptuno lavar esta sangre de mi mano?” (2.2.58–59). Cuando Lady Macbeth vuelve a entrar en la sala, los golpes se repiten una vez más y luego una tercera. Ella conduce a su marido a la alcoba para que se lave la sangre. “Un poco de agua nos limpia de este acto ¡Qué fácil es después de todo!” (2.2.65-66).
Análisis del Segundo Acto: Escenas 1 y 2
El hecho de que Banquo conozca la profecía de las brujas lo convierte tanto en un aliado como en una amenaza potencial para el plan de Macbeth. Por ahora, Macbeth parece desconfiar de él y finge que apenas ha pensado en el asunto, pero su propuesta de hablar del tema en otro momento sugiere que puede que esté pensando en alguna clase de plan conspiratorio. La aparición de Fleance, el hijo de Banquo, sirve como recordatorio de la predicción de las brujas de que sus hijos ocuparán el trono de Escocia. Nos damos cuenta de que, si Macbeth tiene éxito en el asesinato de Duncan, quedará involucrado a una violencia aún mayor antes de asegurarse la corona, y Fleance correrá un peligro inminente y mortal.
El Acto Segundo se centra en el asesinato de Duncan, pero Shakespeare recurre aquí a una técnica que utiliza a lo largo de toda la obra para hacer que la acción se suceda a un ritmo increíblemente rápido: la elisión. Si bien vemos las escenas previas al asesinato y también las que le siguen, el acto en sí no aparece representado en escena. La recámara de Duncan se convierte en una especie de santuario oculto dentro del cual desaparecen los personajes y del cual salen completamente transformados. Esta técnica que no nos permite ver el asesinato y persiste a lo largo de todo Macbeth parece haber sido tomada de la tragedia griega clásica de Esquilo y Sófocles. En dicha tradición, abundan los actos violentos, pero se mantienen fuera de escena, lo que los hace parecer más terribles mediante el poder de la sugestión. El efecto que el viaje a la recámara de Duncan tiene en Lady Macbeth es particularmente sorprendente. Afirma que lo habría asesinado ella misma si no lo hubiera visto parecido a su padre mientras dormía. Esta es la primera vez que Lady Macbeth se muestra vulnerable y la comparación que hace entre Duncan y su padre sugiere que, a pesar de su deseo de poder y sus duras recriminaciones contra Macbeth, ve en el rey una figura de autoridad a la que debe ser fiel.
La inquietud de Macbeth ante el asesinato se refleja en varios sonidos y visiones portentosas, entre los cuales se destaca la alucinación de la daga. Esta es la primera de una serie de alucinaciones culposas que experimentan Macbeth y su mujer. El asesinato también está marcado por el sonido de la campana y el golpe a la puerta, que han fascinado al público. Los golpes ocurren cuatro veces con una especie de regularidad ritual. Transmiten la opresiva sensación de lo inevitable, como si las puertas tuvieran que se abiertas eventualmente para dar paso a la fatalidad. Los golpes parecen particularmente irónicos cuando nos enteramos de que su autor es Macduff, que asesina a Macbeth al final de la obra. En efecto, la muerte final de Macbeth se personifica en la puerta de su castillo.
El motivo de la sangre, establecido en los relatos de las hazañas de Macbeth y Banquo en el campo de batalla, se repite aquí en la angustiosa sensación de Macbeth de tener las manos ensangrentadas y no poder lavarse. Por ahora, Lady Macbeth sigue siendo la voz de la razón calculadora, ya que le dice que la sangre puede lavarse con un poco de agua. Pero, como Lady Macbeth termina comprendiendo, el agua no es suficiente para limpiar la culpa que simboliza la sangre. Sus alucinaciones posteriores en la obra, en las que se lava las manos obsesivamente, aportan ironía a la insistencia que hace aquí en que “un poco de agua nos limpia de este acto” (2.2.65).