Resumen del Acto Cuarto, Escena 1 

Las tres brujas aparecen repentinamente en escena en una oscura caverna, junto a un caldero burbujeante. Forman un círculo alrededor del caldero, entonando conjuros y añadiendo extraños ingredientes a la preparación: “ojo de tritón y pata de rana, lana de murciélago y lengua de perro” (4.1.14–15). Hécate se materializa y felicita a las brujas por su trabajo. Una de las brujas canta: “Los pulgares me hormiguean, algo malo ya está cerca” (4.1.61–62). 

Tal como predijeron las brujas, entra Macbeth. Les pide que le revelen la verdad de sus profecías. En respuesta a sus preguntas, invocan horribles visiones, cada una de las cuales ofrece una predicción que disipa los temores de Macbeth. Primero, una cabeza flotante le advierte que se cuide de Macduff, a lo que Macbeth responde que eso ya lo había adivinado. Luego aparece un niño ensangrentado y le dice que “ninguno nacido de mujer podrá hacerle daño” (4.1.96–97). Luego, aparece un niño coronado que sostiene un árbol y le dice que estará a salvo hasta que el bosque de Birnam se traslade a la colina de Dunsinane. Por último, ve pasar una procesión de ocho reyes coronados, el último de los cuales lleva un espejo. Al final de la fila va el fantasma de Banquo. Macbeth exige conocer qué significa esta última visión, pero las brujas ejecutan una danza enloquecida antes de desparecer. Lennox entra y le dice a Macbeth que Macduff ha huido a Inglaterra. Macbeth decide enviar asesinos a que se apoderen del castillo de Macduff y maten él, a su esposa y a sus hijos. 

Resumen del Acto Cuarto, Escena 2 

En el castillo de Macduff, Lady Macduff aborda a Ross y lo interroga acerca de por qué ha huido su esposo, ya que siente traicionada. Ross le insiste en que confíe en su marido y se marcha con pesar. Tras su partida, Lady Macduff le dice a su hijo que su padre ha muerto, pero el niño la refuta con perspicacia. De pronto, llega un mensajero agitado para advertirle a Lady Macduff que está en peligro y que debe huir. Ella protesta, diciendo que no ha hecho nada malo. Entonces entra un grupo de asesinos. Cuando uno de ellos denuncia a Macduff, el hijo de este lo llama mentiroso y el asesino lo apuñala. Lady Macduff se da la vuelta y huye, y el grupo de asesinos va tras ella. 

Resumen del Acto Cuarto, Escena 3 

Fuera del palacio del rey Eduardo, Malcolm habla con Macduff y dice que no confía en él, ya que ha abandonado a su familia en Escocia y puede estar trabajando en secreto con Macbeth. Para comprobar si es digno de confianza, Malcolm divaga sobre sus propios vicios. Admite que no está seguro de si es apto para ser rey, ya que afirma ser lujurioso, codicioso y violento. Al principio, Macduff discrepa cortésmente con su futuro rey, pero finalmente no puede evitar gritar: “¡Ay, Escocia, Escocia!”. (4.3.101). 

Su lealtad a Escocia lo lleva a reconocer que Malcolm no es apto para ocupar el trono, ni siquiera para vivir allí. Al dejar ver su desacreditación, Macduff pasa la prueba de lealtad que le tendió Malcolm. Este se retracta entonces de las mentiras que profirió sobre sus defectos y recibe a Macduff como aliado. Aparece brevemente un doctor y menciona que “una cuadrilla de almas desdichadas” aguarda al rey Eduardo para curarse (4.3.142). Cuando el doctor se retira, Malcolm le explica a Macduff que el rey Eduardo tiene el milagroso don de curar enfermedades. 

Entra Ross, que acaba de llegar de Escocia, y le dice a Macduff que su mujer y sus hijos están bien. Insta a Malcolm a que regrese a su país, enumerando las desgracias que han caído sobre Escocia desde que Macbeth tomó la corona. Malcolm dice que volverá con diez mil soldados que le ha prestado el rey inglés. Entonces, derrumbándose, Ross le confiesa que Macbeth ha asesinado a su mujer y a sus hijos. Macduff está destrozado por la pena y Malcolm lo insta a convertir su dolor en ira. Macduff le asegura que se cobrará venganza. 

Análisis del Acto Cuarto, Escenas 1–3 

Si bien las brujas son personajes vagamente absurdos con sus rimas, sus barbas y sus travesuras, son a la vez un tanto siniestras y tienen un gran poder sobre los acontecimientos. ¿Son agentes independientes que se comportan con malicia y crueldad hacia los seres humanos? ¿O son las “extrañas hermanas” agentes del hado, que presagian lo inevitable? La palabra weird (“extraño”) deriva etimológicamente de la palabra anglosajona wyrd, que quiere decir “destino” o “hado”, además de que las tres brujas se parecen mucho a las Parcas, personajes femeninos de la mitología nórdica y griega. Tal vez sus profecías están pensadas para provocar terror en la mente de los oyentes y asegurarse así de que se cumplan. Es incierto, por ejemplo, si Macbeth hubiera matado a Duncan de no haberse encontrado con las brujas en primer lugar. Por otra parte, las profecías de las hermanas pueden ser lecturas acertadas del futuro. Después de todo, cuando el bosque de Birnam llegue Dunsinane al final de la obra, los soldados que cargan las ramas no han oído hablar de tal profecía. 

Cualquiera sea la naturaleza de sus profecías, su carácter inescrutable es tan importante como cualquier lectura de sus motivaciones y naturalezas. Las brujas quedan al margen de toda comprensión humana, parecen representar la parte de los seres humanos en la que se originan la ambición y el pecado, una parte incomprensible e inconsciente de la psique humana. En este sentido, casi parecen pertenecer a un marco cristiano, como encarnaciones sobrenaturales del concepto cristiano del pecado original. En efecto, parte de la crítica ha sostenido que Macbeth–una extraordinaria historia de simple tentación, decadencia y retribución– es la más explícitamente cristiana de todas las tragedias de Shakespeare. De serlo, sin embargo, se trataría de un cristianismo oscuro, más preocupado por las consecuencias sangrientas del pecado que por la gracia o el amor divino. Quizá sería más acertado decir que Macbeth es la más ordenada y justa de las tragedias, en la medida en que las malas acciones conducen primero al tormento psicológico y luego, a la destrucción. El nihilismo de El rey Lear, en el que la idea misma de la justicia divina parece risible, está ausente en Macbeth: la justicia divina, sea o no cristiana, es una fuerza palpable que acosa a Macbeth hacia su inevitable final. 

Las profecías de las brujas permiten que Macbeth, cuya sensación de fatalidad va en aumento, siga diciéndose a sí mismo que todo va a salir bien. Para el público, que carece de la confianza equivocada de Macbeth, las extrañas apariciones funcionan como símbolos que ensombrecen el modo en que dichas profecías se vean cumplidas. La cabeza acorazada sugiere guerra o rebelión, imagen que se vuelve reveladora junto con la advertencia sobre Macduff. El niño ensangrentado se refiere indirectamente al nacimiento de Macduff por cesárea: no ha “nacido de una mujer”, lo que añade una clara ironía a un comentario que Macbeth toma al pie de la letra. El niño coronado es Malcolm. Lleva un árbol, igual que sus soldados llevarán más tarde ramas del bosque de Birnam hasta Dunsinane. Finalmente, la procesión de reyes revela la futura línea de reyes, todos descendientes de Banquo. Algunos llevan dos bolas y tres cetros, las insignias reales de Gran Bretaña, en alusión al hecho de que Jacobo I, el mecenas de Shakespeare, afirmaba descender del Banquo histórico. Es posible que el espejo que porta la última figura pretendiera reflejar al rey Jaime, sentado entre el público. 

El asesino de Lady Macduff y su hijo en el Acto Cuarto, Escena 2, marca el momento en el que Macbeth desciende a la locura total al matar no por beneficio político ni para silenciar a un enemigo, sino simplemente por un furioso deseo de hacer daño. Como razonan Malcolm y Macduff en el Acto Cuarto, Escena 3, el método de reinado de Macbeth es el peor posible. Es un método político sin legitimidad moral, ya que no está fundado en la lealtad al estado. Su conversación refleja un tema importante de la obra: la naturaleza de un verdadero reinado, encarnado en los personajes de Duncan y del rey Eduardo, en oposición a la tiranía de Macbeth. Al final, un verdadero rey parece estar más motivado por el amor a su reino que por el puro interés personal. En cierto sentido, tanto Malcolm como Macduff comparten esta virtud: el amor que sienten por Escocia los une en oposición a Macbeth y le otorga a su intento de hacerse con el poder una legitimidad moral de la que carece el de aquel. 

Macduff y Malcolm son aliados, pero el primero también sirve de maestro para el segundo. Malcolm se cree astuto e intuitivo, como muestra la prueba que le plantea a Macduff. Sin embargo, tiene una idea perversa de la hombría similar a la de Macbeth. Cuando Ross da las noticias sobre el asesinato de Lady Macduff, Malcolm le dice: “Pelea como un hombre” (4.3.221). Macduff le responde: “Así lo haré, pero también debo sentirlo como un hombre” (4.3.222–223). Macduff demuestra que la hombría comprende algo más que la agresión y el asesinato: también es necesario permitirse ser sensible y sentir pena. Esta es una lección importante que Malcolm debe aprender si quiere ser un rey juicioso, honesto y compasivo. Cuando, en el Acto Quinto, Escena 11, Malcolm expresa su dolor por el hijo de Siward, demuestra que se ha tomado a pecho la enseñanza de Macduff.