Resumen
Mientras caminan por la calle bajo el sol ardiente, Benvolio le sugiere a Mercucio entrar a la casa, temiendo que sea inevitable una pelea si llegan a cruzarse con un Capuleto. Mercucio le responde que Benvolio tiene tan buen genio como cualquier otro hombre en Italia y que no debería criticar a los demás por reaccionar al instante.
Entonces entra Teobaldo con un grupo de amigos y se les acerca para pedirles tener una palabra con uno de ellos. Con fastidio, Mercucio empieza a burlarse de él y a provocarlo.
Justo entra Romeo y Teobaldo fija la atención en él para llamarlo villano. Romeo, ahora casado en secreto con Julieta y, por ende, pariente de Teobaldo, se rehúsa a enfadarse por su ataque verbal, pero Teobaldo le ordena que desenvaine su espada. Romeo afirma que tiene una buena razón para considerarlo alguien querido y que no quiere pelear con él. Le pide que guarde la espada hasta conocer la razón de su actitud. Mercucio desenvaina furioso su espada y declara con mordaz ingenio que, si Romeo no lucha contra Teobaldo, lo hará él.
Mercucio y Teobaldo se enfrentan y Romeo, intentando restablecer la paz, se interpone entre los combatientes. Teobaldo apuñala a Mercucio por debajo del brazo de Romeo y este cae al suelo. Teobaldo y sus hombres huyen. Mercucio muere, maldiciendo a los Montesco y los Capuleto: “Una peste para sus dos casas” (3.1.87) y aún soltando ocurrencias disparatadas: “Pregunten por mí mañana, y me encontrarán en el sepulcro” (3.1.93–94). Enfurecido, Romeo declara que su amor por Julieta lo ha vuelto afeminado, y que tendría que haber sido él y no Mercucio quien luchara contra Teobaldo.
Cuando Teobaldo, aún enfadado, irrumpe de nuevo en escena, Romeo desenvaina su espada y luchan hasta que Romeo lo mata. Benvolio lo insta a huir, cuando se acerca un grupo de ciudadanos indignados por las recurrentes peleas callejeras. Romeo, conmocionado por lo sucedido, grita: “¡Ay, soy juguete de la suerte!” y huye (3.1.131).
Entra el príncipe, acompañado de muchos ciudadanos, y los Montesco y Capuleto. Benvolio le relata al príncipe la historia de la pelea, haciendo hincapié en el intento de Romeo de mantener la paz, pero la Sra. Capuleto, tía de Teobaldo, exclama que él miente para proteger a los Montesco y exige la vida de Romeo. El príncipe decide desterrar a Romeo de Verona y declara que, si lo llegan a encontrar en la ciudad, él responderá con su vida.
Análisis
La violencia repentina y mortal de la primera escena del Acto Tercero, así como el preludio a la pelea, sirven para recordarnos que, a pesar del énfasis que se pone en el amor, la belleza y el romance, Romeo y Julieta tiene lugar en un mundo masculino en el que las nociones de honor, orgullo y estatus son propensas a estallar con furia.
La vileza y los peligros presentes en el entorno social de la obra funcionan como recursos dramáticos de los que Shakespeare se sirve para hacer que el romance entre los jóvenes se revele aún más preciado y frágil: su relación es el único respiro que se le da al público de ese mundo brutal que oprime su amor. Los enfrentamientos entre Mercucio y Teobaldo, y luego entre este y Romeo, son caóticos; Teobaldo mata a Mercucio por debajo del brazo de Romeo, huye y, de repente, sin explicación alguna, regresa para luchar contra Romeo, que lo mata en venganza. La pasión supera a la razón en todo momento.
El lamento de Romeo, “Ay, ¡soy juguete de la suerte!” se refiere específicamente a su mala suerte al haberse visto obligado a matar al primo de su reciente esposa y, por lo tanto, condenarse al destierro (3.1.131). También nos recuerda el sentido del destino que se cierne sobre toda la obra. La respuesta de Mercucio a su destino, sin embargo, es notable por la forma en que diverge de la respuesta de su amigo. Romeo culpa al destino, o a la fortuna, de lo que le ha ocurrido, mientras que Mercucio maldice a los Montesco y a los Capuleto. Las personas son para él la causa de su muerte, sin dar crédito a ninguna fuerza superior.
En la sociedad isabelina era una creencia general que un hombre demasiado enamorado se volvía menos viril. Romeo sin dudas suscribe a esta creencia, como vemos cuando afirma que su amor por Julieta lo ha vuelto “afeminado”. No obstante, una vez más, este enunciado puede verse como una batalla entre el mundo privado del amor y el mundo público del honor, el deber y la amistad. El Romeo que acepta el duelo con Teobaldo es el Romeo que Mercucio hubiera considerado “el verdadero” Romeo. El Romeo que intenta eludir el enfrentamiento por respeto a su esposa es la persona que Julieta identificaría como su amante. La palabra “afeminado” proviene del mundo público del honor en referencia a aquello que no respeta. Al describirse en esos términos, Romeo acepta las responsabilidades que le imponen las instituciones sociales del honor y el deber familiar.
La llegada del príncipe y de los airados ciudadanos desplaza el centro de atención de la obra hacia otro tipo de esfera pública. El asesinato de Teobaldo a manos de Romeo está marcado por la temeridad y la venganza, características apreciadas por los nobles, pero que amenazan el orden público que los ciudadanos desean y que el príncipe tiene la responsabilidad de mantener. Por haber exhibido tales rasgos, Romeo es desterrado de Verona.
Antes, el príncipe actuó para reprimir el odio de los Montesco y los Capuleto con el fin de preservar la paz pública; ahora, aún con la esperanza de evitar estallidos de violencia, el príncipe actúa sin darse cuenta para frustrar el amor de Romeo y Julieta. En consecuencia, con su amor censurado no solo por los Montesco y los Capuleto, sino también por el gobernante de Verona, la relación pone a Romeo en peligro de sufrir violentas represalias tanto de los parientes de Julieta como del Estado.