Resumen del Capítulo 28
De camino a la escuela está oscuro, y Cecil Jacobs aparece de un salto y asusta a Jem y Scout. Scout y Cecil pasean por la escuela abarrotada, visitan la casa encantada del salón del séptimo grado y compran dulces caseros. El desfile está a punto de comenzar y todos los niños van detrás de bastidores. Scout, sin embargo, se queda dormida y se pierde su entrada. Al final corre hacia el escenario y hace reír al juez Taylor y a muchos otros. La mujer a cargo del espectáculo le dice que lo ha arruinado y Scout está tan avergonzada que ella y Jem esperan entre bastidores hasta que el público se haya ido para volver a casa.
En el camino de regreso, Jem oye ruidos a sus espaldas y suponen que debe ser Cecil Jacobs que intenta asustarlos de nuevo, pero cuando lo llaman, no hay respuesta. Cuando están por llegar a la calle, su perseguidor los empieza a correr. Jem le grita a Scout que corra, pero en medio de la oscuridad, entorpecida por su disfraz, pierde el equilibrio y se cae. Algo desgarra la malla metálica y oye forcejeos detrás de ella. Jem logra liberarse y arrastra a Scout casi hasta llegar a la calle, antes de que el agresor los haga retroceder. Scout oye un crujido y el grito de Jem; corre hacia él, pero alguien la agarra y la aprieta. De pronto, alguien aleja al atacante. Una vez que ya no escucha ningún forcejeo, Scout tantea en el suelo en busca de Jem, pero solo se encuentra con la figura tendida de un hombre sin afeitar que huele a whiskey. Llega tambaleando a su casa y, a la luz de una farola, ve que un hombre lleva a Jem hacia su casa.
Scout llega a casa y la tía Alexandra llama al Dr. Reynolds. Atticus llama a Heck Tate para denunciar que alguien a agredido a sus hijos. Alexandra le quita a Scout el disfraz y le dice que Jem solo está inconsciente, no muerto. Entonces llega el Dr. Reynolds y va a verlo a su habitación. Cuando sale, informa que tiene un brazo fracturado y un golpe en la cabeza, pero que va a estar bien. Scout entra a ver a Jem. El hombre que lo llevó a casa está en la habitación, pero ella no lo reconoce. Heck Tate aparece y le dice a Atticus que encontraron a Bob Ewell bajo un árbol, muerto, con un puñal clavado bajo sus costillas.
Resumen del Capítulo 29
Mientras Scout les cuenta a todos lo sucedido, Heck Tate le muestra su disfraz que exhibe la marca de un cuchillo que detuvo la malla metálica. Cuando Scout llega al punto de la historia en la que alguien recogió a Jem para llevarlo a casa, ella gira la vista hacia el hombre que está allí en un rincón y lo mira de verdad por primera vez. Está pálido, con la ropa desgarrada y el rostro delgado y los ojos descoloridos. Se da cuenta de que Boo Radley.
Resumen del Capítulo 30
Scout conduce a Boo, “el Sr. Arthur” hasta el porche y se sientan a la sombra a escuchar la discusión entre Atticus y Heck Tate argue. Heck insiste en calificar la muerte de un accidente, pero Atticus, pensando que Jem mató a Bob Ewell, no quiere que la ley proteja a su hijo. Heck lo corrige diciendo que Ewell se cayó sobre el cuchillo y que Jem no lo mató. Aunque sabe que Boo es quien lo apuñaló, Heck quiere silenciar todo el asunto, diciendo que Boo no necesita atraer a su puerta la atención de todo el vecindario. Tom Robinson murió sin motivo, dice, y ahora el responsable está muerto: “Que los muertos entierren a los muertos”.
Resumen del Capítulo 31
Atticus tenía razón. Una vez dijo que nunca terminas de conocer a un hombre hasta que te pones en sus zapatos y caminas. Con solo estar en el porche de Radley fue suficiente.
Scout acompaña a Boo arriba para que se despida de Jem y luego camina con él hasta su casa. Después de que él entra, ella jamás vuelve a verlo, pero, tan solo por un instante, se imagina el mundo desde su perspectiva. Regresa a casa y se encuentra a Atticus en la habitación de Jem. Él le lee uno de los libros de su hermano hasta que se queda dormida.
Análisis de los Capítulos 28–31
Lee se ocupa de introducir numerosas anticipaciones durante el desfile, desde la sensación de presentimiento que se apodera de la tía Alexandra justo antes de que los chicos se vayan, pasando por la ominosa oscuridad de la noche, hasta el intento de Cecil Jacobs de asustarlos. El espectáculo es una divertida representación del orgullo pueblerino. En efecto, la señora a cargo dedica treinta minutos a describir para el público las hazañas del coronel Maycomb, fundador del pueblo. Además, el lector puede visualizar el cómico desfile de carnes y verduras pasando por el escenario, con Scout, recién despertada, corriendo tras ellos mientras el público explota de risa. De este modo, al igual que con la temprana nevada, el fuego y el perro rabioso, la noche del desfile incorpora tanto el motivo gótico de la novela como el motivo de la vida pueblerina que lo contrarresta.
La vuelta a casa de los chicos está marcada por un creciente suspenso. Cuando oyen que alguien los persigue, suponen que es Cecil Jacobs hasta que se dan cuenta que corren un peligro de muerte. El ataque es mucho más aterrador porque Jem y Scout están vulnerables: están muy cerca de su casa, en una zona que suponen segura. Además, Scout, con su incómodo disfraz, tarda en entender lo que está pasando. Si bien Lee ha venido anticipando desde hace tiempo el ataque inminente de Ewell, se las ingenia para hacer que la escena sea sorpresiva. Todas las pistas de la novela hasta ese momento sugerían que Ewell atacaría a Atticus, no a los niños. Pero, como nos damos cuenta en esta escena, el cobarde Ewell nunca tendría el valor de atacar al mejor tirador del condado de Maycomb; su insidioso y malicioso ataque a los niños revela lo repugnante de su carácter. De este modo, la técnica de distracción de Lee de llevar al lector a sospechar que Atticus sería la víctima hace que esta escena sea a la vez sorprendente para el lector y reveladora del personaje.
Como la entrada de Boo Radley tiene lugar en medio del enfrentamiento, Scout no se da cuenta de que su solitario vecino los ha salvado hasta que llega a su casa. Pero incluso entonces asume, al verlo, que es “algún lugareño”. Esta falta de reconocimiento simboliza su incapacidad, tanto de ella como de otros niños, de ver a Boo como un ser humano al tratarlo como una mera fuente de historias de terror infantiles. Como su nombre sugiere, Boo es una especie de fantasma, pero su condición no tiene tanto que ver con su aparición repentina en medio de Halloween, sino con la comprensión superficial que Scout tiene de él. Sin embargo, cuando Scout por fin se da cuenta de quién la ha salvado, Boo, el fantasma de la infancia, se convierte en Boo, el ser humano: “Sus labios se separaron en una tímida sonrisa, y la imagen de nuestro vecino se desdibujó con mis repentinas lágrimas. ‘Hola, Boo’, le dije”. Con esta frase, Scout da el primero de los dos grandes pasos de esta sección para completar el desarrollo de su carácter y asumir la perspectiva moral adulta que Atticus le ha mostrado a lo largo del libro.
La decisión de Heck Tate de ahorrarle a Boo el horror de la publicidad declarando que Bob Ewell se cayó sobre su cuchillo invoca una vez más el título del libro y su tema central, cuando Scout dice que exponer a Boo al escrutinio del público sería “como dispararle a un ruiseñor”. Aquí ella no solo se ha apropiado del lenguaje de Atticus, sino de su visión, ya que de repente es capaz de ver el mundo a través de los ojos de Boo. En este momento de comprensión y empatía, Scout da su segundo gran paso hacia la perspectiva moral adulta. El lector percibe que todas sus experiencias previas la han conducido hasta este momento enriquecedor y que Scout podrá crecer sin que la experiencia del mal destruya su fe en la bondad. Boo no solo se ha convertido en una persona real para ella, sino que, al salvar las vidas de los niños, también le ha proporcionado una prueba concreta de que la bondad existe en formas poderosas e inesperadas, al igual que la maldad.
A pesar de su evidente madurez en el Capítulo 31, la novela cierra con ella quedándose dormida mientras Atticus le lee. Esta imagen perdurable de ella como la pequeña de Atticus resulta muy apropiada: aunque ha crecido bastante a lo largo de la novela, sigue siendo, después de todo, solo una niña de ocho años. Del mismo modo que su disfraz de jamón, símbolo de la naturaleza tonta y despreocupada de la infancia, impide que el cuchillo de Bob Ewell la hiera, la oportuna intervención de Boo, otra parte de la infancia de Scout, impide la intrusión total en su vida del mundo adulto, por momentos tan lleno de odio, que Ewell representa. Curiosamente, el libro no vuelve a la Scout adulta para cerrar la narración y Lee no le ofrece al lector ningún detalle del futuro de Scout excepto que nunca vuelve a ver a Boo. Por el contrario, deja a Scout y al lector con un poderoso sentimiento de cauto optimismo, un reconocimiento de que la existencia del mal está equilibrada por la fe en la bondad esencial de la humanidad.